Llamadme romántico, clásico, antimodernista o, simplemente, loco, pero para el que escribe, el fútbol, un noble deporte que contentaba a las masas y levantaba pasiones inalcanzables e inabarcables al conocimiento racional humano, ha dado sus últimos coletazos de vida. Se ha soltado de ese clavo ardiendo, de ese fino hilo que lo unía con el más acá para acabar cayendo en las profundidades del averno. Se nos ha ido, como un simple soplo de aire, una expiración sin más, que ha dejado una marca de recuerdos, nostalgia y una imagen transgresora de algo parecido al balompié. Nos lo han ido quitando, querido lector, nos lo han ido arrancando de nuestras manos, nos lo han robado, nos lo han matado.
La mercantilización del fútbol ha servido como caldo de cultivo para convertir un juego de masas en un negocio con trasfondos tan oscuros como lo es la propia realidad. Los 90 minutos, la emoción de cada envite, la previa y el postpartido, los aledaños de un estadio, el sentir de una afición, las alegrías de la victoria, las penurias de una derrota, los niños en las calles jugando a soñar ser su futbolista favorito, las camisetas de los unos y los otros pululando por su barrio, el fútbol, al fin al cabo, ha pasado a un segundo, tercer o último plano. El dinero y el deseo exacerbado por llenar las arcas y el bolsillo de más de uno han superpuesto a todo lo anteriormente enumerado. Los derechos televisivos, los negocios ocultos de los equipos, la aparición de empresas multinacionales y de bancos, los ‘petrodólares’, la compra-venta de conjuntos como si de unos cromos se tratase, la comercialización de jugadores a cambio de unas cifras que producen error y sobrecarga en las calculadoras. Cada uno de ellos ha sido como una puñalada por la espalda, que han producido heridas imposibles de cerrar.
El vomitivo debate de ver quién mea más lejos ha forjado este asesinato deportivo. Los sueldos estratosféricos de las grandes figuras hacen replantear si esto es realmente fútbol. “Esperamos que la renovación de Messi ilusione a la gente”, decía Josep María Bartomeu, presidente del Barcelona, sobre la última (y enésima) revisión de contrato de su astro, que ahora pasará a ganar 20 millones de euros netos al año. ¿A quién ilusiona, sino es a usted? ¿A los que están en paro? ¿A los desahuciados? ¿A los que con cuatro duros tienen que llevar una casa, una familia y dar de comer a todos? ¿A los que han tenido que emigrar porque aquí no hay trabajo ni dinero? O, sin recurrir a estas realidades, ¿a sus propios compañeros de equipo? ¿al socio, que año tras año ve más difícil poder hacer frente al pago de su abono? Ha conseguido que Messi, el mejor jugador del mundo y referencia para muchos jóvenes, se convierta, al igual que el resto de sus iguales en este mundo, en una mera mercancía simbólica. ¿A quién va a alegrar esta desmesurada subida de sueldo, sino es al propio Messi y a usted? Suponemos que al argentino le costará llegar a fin de mes…
Y para más inri, los medios de comunicación de clubes (que no de masas) se encargan de azotar al público con informaciones banales, dejando patente la inutilidad intelectual del que informa, su contenido y de los seguidores que aplauden estos trabajos. El falso periodismo emitido por ciertos medios ha ayudado a la mano que apuñala, le ha dado la voz y fuerza a aquellos que agreden este deporte. Han servido como el corrillo que se monta en el patio del colegio alentando a los dos jóvenes que se disponen a pelear. Unos perros rabiosos que sólo buscan sarna y morbo para alimentarse de la bazofia que escupen aquellos que aniquilan el fútbol.
Qué lástima. Lo hemos visto morir y no hemos podido hacer nada al respecto. Bueno, no lo han permitido. Los intereses económicos van por delante. Todo esto lleva a una espiral infinita por buscar ingresos a toda costa. Ya no por el mero hecho de conseguir más y más dinero, sino por no morir. El imperialismo ha terminado por hacer mella en este deporte. Los que eran ricos, ahora lo son mucho más, mientras que los humildes rezan por sobrevivir la próxima campaña, dando gracias por no correr la misma suerte que otros que se vieron abocados al descenso económico o, peor aún, a la desaparición. Nadie apuesta por el fútbol, sólo por el dinero. No tienen en cuenta que esto no se centra en 22 productos, de los que se puede sacar mucha tajada, corriendo detrás de un balón. La venda invisible que tienen en los ojos no les deja ver lo que hay detrás de un equipo, donde lo más grande que éstos pueden tener es una afición, los que realmente sostienen este deporte, los fieles que sólo desean ver fútbol, disfrutar de él.
Aquí, por mucho parné que se maneje, si el que paga su carnet dice basta, el fútbol desaparece del todo. Muere. Se va. Se esfuma. Desaparece. Sólo será una empresa más. Vacía. Inocua. Llamadme romántico, pero añoro al fútbol. Lo que es fútbol. Lo que era fútbol.