Aplicar la Justicia es misión harto difícil. Existen normas que hay que cumplir y el correspondiente castigo si no se hace lo correcto. Pero siempre cabe, tanto para la norma como para el hecho, eso que se llama interpretación. Una interpretación que depende de la mano de un ser humano y que por tanto, aunque intente tacharse de lo contrario, se dejará llevar por un pequeño halo de subjetividad que será diferente en tanto en cuanto cambie la persona que deberá tomar la decisión final.
Eso ocurre en la Justicia ordinaria y también en la deportiva. A lo largo de la historia del fútbol ha habido muchas y sonoras sanciones tanto para clubes como para jugadores. Algunas de ellas más justas que otras, por supuesto. De hecho, en España se ha criticado en más de una ocasión la diferencia de rasero con la que se miden las acciones según se trate de un club grande (entendiéndose aquí Real Madrid, Barcelona y Atlético) y el resto.
Para empezar pondré un ejemplo seguro recordado por todos. El caso del cochinillo en el Camp Nou. Corría el año 2002 y uno de tantos clásicos entre Real Madrid y Barcelona. El exazulgrana Figo vestía por entonces la camiseta blanca y la afición culé le seguía teniendo inquina. Tanto así, que algunos energúmenos lanzaron al campo todo tipo de objetos: pelotas de golf, botellas y teléfonos. Sin embargo, la imagen más recordada de ese encuentro es la de una cabeza de cochinillo que le fue lanzada al portugués en el saque de un córner. El árbitro del partido, Medina Cantalejo, decidió suspenderlo durante dieciséis minutos para que se calmaran los ánimos.
La sanción para el Barcelona, en un principio, iba a ser de 4.000 euros más la clausura del estadio durante dos partidos, pero los recursos interpuestos por la entidad ante los órganos de la RFEF e incluso la Justicia ordinaria hicieron que se modificaran los estatutos sobre la naturaleza y aplicación de las sanciones que consistían en la clausura de instalaciones deportivas. Así las cosas, el cochinillo más famoso de la historia se quedó con una multa de tan sólo 4.000 euros.
Tampoco fue sancionado el Camp Nou en el año 1997 cuando, durante el partido de ida de la Supercopa (también contra el Real Madrid), el brasileño Roberto Carlos recibió el impacto de un mechero en la cabeza que incluso le provocó una brecha. En este caso ni siquiera hubo una multa para la entidad. Comparándolo con un caso más reciente, podemos hablar del mecherazo que recibió Cristiano Ronaldo este año en la semifinal de Copa del Rey ante el Atlético de Madrid. En esta ocasión, la entidad colchonera fue multada con 600 euros, lo que viene a demostrar que incluso dentro del club de los intocables también existen preferencias.
Quejas fundamentadas
Dos de los clubes que más amargamente se han quejado de esta diferencia de rasero a la hora de establecer las sanciones son el Real Betis y el Sevilla. Entre las dos aficiones existe una histórica rivalidad que a veces se ha extrapolado a los campos con nefasto resultado y en más de una ocasión han visto clausuradas sus instalaciones. Muy recordado es el encuentro (vuelta de cuartos de final de Copa del Rey, año 2007) en el que Juande Ramos (mientras entrenaba al Sevilla) recibió un botellazo que lo dejó inconsciente. El partido fue suspendido y su reanudación se jugó a puerta cerrada en el estadio del Getafe. El por entonces estadio Ruiz de Lopera fue sancionado con tres partidos de clausura.
Una botella de whisky se recogió también un año antes en el partido que enfrentó al Atlético de Madrid y el Sevilla en el Vicente Calderón. En esta ocasión la botella no impactó en nadie pero iba dirigida al portero sevillista Palop. El árbitro del encuentro, Ayza Gámez, decidió suspenderlo durante 30 minutos y volver a reanudarlo ese mismo día a pesar de la continua lluvia de objetos (naranjas, mecheros, botellas de plástico vacías y monedas) en la portería visitante. El Atlético de Madrid fue multado con 3.000 euros. Ese mismo año el Valencia fue multado con 6.000 euros por los incidentes ocurridos durante su partido de Copa frente al Deportivo, durante el cual un juez de línea asistente de Megía Dávila recibió el impacto de una moneda que además obligó a suspender el encuentro, que se reanudaría al día siguiente a puerta cerrada.
Analizando los casos más recientes, este año hemos asistido a varios casos reseñables. El Villarreal fue multado en dos ocasiones con disparejas sanciones. La primera de ellas llegaba tras el desalojo del Madrigal en la jornada 24 (partido contra el Celta de Vigo) después de que se lanzara un bote de gas lacrimógeno. El resultado: sanción de 6.000 euros y el apercibimiento de cierre de campo. La segunda de ellas llegó después de que un individuo le lanzara un plátano a Dani Alves. Probablemente esta sea más recordada porque el jugador del Barcelona se comió el plátano y la imagen dio la vuelta al mundo. El resultado: sanción de 12.000 euros (a pesar de que la afición colindante recriminó la acción).
También en 2014, el final de los play-offs de ascenso a Primera División nos dejaba unas imágenes insólitas en el partido que enfrentaba a la U.D. Las Palmas y el Córdoba. A falta de un minuto para que terminara el encuentro y con Las Palmas por delante en el marcador, varios aficionados se lanzan al campo para celebrar el supuesto ascenso. El árbitro decide parar la contienda y en su reanudación, el Córdoba pone el gol del empate que anulaba el tanto conseguido por los locales. Tras este insólito final se vieron imágenes de pelea entre la afición canaria que obligaron a la Policía a intervenir. El resultado: sanción de 180.000 euros que se une a la desolación de haber perdido el ascenso en el último minuto.
Otro aspecto en el que existe diferencia de rasero son las sanciones a jugadores que muestran mensajes en sus camisetas. Este año se dio un caso que generó bastante polémica. El jugador del Real Jaén, Jona, mostró un mensaje de apoyo a los niños con cáncer que el Comité de Competición de la RFEF quiso sancionar con 2.000 euros. Tras los recursos interpuestos y la gran oleada de protestas desde múltiples ámbitos, el sentido común terminó por imponerse y el gesto quedó sin amonestación.
Otros que no tuvieron tanta suerte fueron Messi (multado con 2.000 euros por mostrar un mensaje de felicitación a su madre), Villa (multado con 2.000 euros por mostrar un mensaje de agradecimiento a sus hijas), o Kanouté (multado con 3.000 euros por mostrar un mensaje de apoyo a Palestina). Sin embargo, los casos de Cristiano Ronaldo (que mostró una camiseta de apoyo a Madeira, que sufría graves inundaciones), Callejón o Iniesta (que recordaron al fallecido Dani Jarque. Callejón iba a ser multado con 3.000 euros pero su recurso surtió efecto), entre otros, se quedaron también sin multa.
En este punto, cuesta entender la diferencia entre un mensaje de apoyo a Palestina y otro de apoyo a Madeira. Si la normativa indica la prohibición de este tipo de acciones sin importar el mensaje escrito y a los órganos les gusta inculcar la ley a rajatabla, no deberían hacerse distinciones. Entiendo que un mensaje en una camiseta no puede ser algo dañino y debería ser castigado sólo cuando incurra en términos groseros o haga apología de terrorismo, racismo o ideologías similares.
Con respecto a los ejemplos de clausura de estadios, puede quedar la imagen de que el fútbol es algo violento, pero no es así. Como espectáculo que atrae a las masas, los energúmenos y demás personajes incívicos lo aprovechan para dar la nota y esconderse tras el anonimato. Por ello, las sanciones deberían ir más encaminadas a inculpar al individuo que comete una falta que al club en cuestión, pues al final son los aficionados los que sufren las consecuencias, aunque ya se sabe que siempre se hace difícil encontrar a los responsables.
Además, si la ley es una, aunque sea interpretable, no puede diferir tanto la sanción según la entidad a la que vaya dirigida. En la aplicación de la norma ni puede existir favoritismo ni mucho menos un grupo de protegidos. Con esto sólo se demuestra una debilidad ante los que parecen más poderosos y se marca al resto como supuestamente más violentos. Todo ello sin ser conscientes de que el hecho de ser intocables no les libra de ser el foco donde se produzcan estos actos incomprensibles.