El fútbol brasileño necesita tomar una decisión. Una elección parecida a la que Morfeo ofreció a Neo, en Matrix: un vaso de agua y dos píldoras de colores diferentes. La píldora azul, que mantiene todo como está, un mundo virtual en que nada es real y cada uno cree en lo que le conviene.Y la píldora roja, que descubre lo que existe realmente, por muy incómodo que sea.
La píldora azul es la falacia de los minutos antes de despertarte de un sueño, de la ausencia de Neymar y Thiago Silva, de entrada de Bernard como opción planificada, de la goleada circunstancial, de cosas que no tienen explicación, de la motivación como único mensaje, de que el ‘hexacampeón’ está llegando, de que con el brasileño no hay quien pueda, de la mano en la copa, de la mística de la ‘canarinha’.
La píldora roja es el diagnóstico de años perdidos, de la ausencia de un equipo, de la necesidad de variaciones de sistema, de la goleada que se explica porque todo lo que pasa en un partido de fútbol tiene un motivo, de la perdida total de rumbo, de la urgencia de formar jugadores y técnicos, de la importancia de jugar este partido, de la noción de que no sólo no somos los mejores sino que estamos a años luz de serlo, de la mano en la consciencia, de la responsabilidad de vestir la ‘canarinha’.
El argumento de que lo que pasó en el Mineirão y en Brasilia fue un par de accidentes es la excusa de personas carentes de vergüenza. Un discurso que cae bien a los oídos de los enfermos de ‘futbolitis’ aguda que pueblan las redes sociales. Única forma de desviar el malestar y proteger los privilegios de los que tan mal defendieron la ‘verde amarela’. Último refugio de quien no entendió absolutamente nada de lo que vio, porque ya no había asimilado lo que el Barcelona le impuso al Santos en diciembre del 2011.
Pero hay remedio para casi todos los males, ¿verdad? En este momento, ya circulan por Twitter varios análisis tácticos sobre la absoluta demolición que Brasil sufrió de las botas de alemanas y holandeses. Son verdaderas necropsias, que exponen la indigencia colectiva y los errores individuales (sin mirar a nadie, ¿no es así, Scolari?) que caracterizaron una actuación penosa.
No hay duda, el siete a uno no sólo representa la peor derrota de la historia de la selección brasileña, sino que también constituye el resultado más trágico de la historia del fútbol en Brasil. Nada tan devastador pasó en el país sudamericano (que algunos califican como «país del fútbol”) desde que Charles William Miller desembarcó en tierras brasileñas con una pelota de fútbol en su equipaje, hace exactamente 120 años.
En agosto de 2011, Alemania venció a Brasil por 3-2 en un amistoso en Stuttgart. El segundo gol alemán, producto de una triangulación entre Kroos, Klose y Götze, exhibió el abismo cronológico de los trabajos en curso entre las dos selecciones. El pasado martes, tres de los siete goles en Belo Horizonte fueron aún más crueles. El abismo se transformó en un agujero negro.
Todo el dolor hay que dejarlo en lo más hondo de la taza, como el poso del café. Ahora es tiempo de no titubear y elegir la píldora roja, arremangarse la camisa y ponerse a trabajar como nunca se había hecho antes para devolver la dignidad a la ‘canarinha’. Pero antes es preciso encontrar a Neo.