La historia de Jimmy McInnes, internacional escocés de los años 40, está encajada entre dos tragedias. La primera es colectiva, la Segunda Guerra Mundial. La segunda, consecuencia de la primera, es personal, y lleva un poco más de un párrafo el contarla. De fondo, una carrera abruptamente interrumpida, la reconversión de un futbolista en administrativo, los daños colaterales del éxito, cuando este fue fulgurante, y la presión insoportable de tener que decir «no» demasiadas veces al día.
Como tantos jugadores importantes en la historia del fútbol inglés, y en particular del Liverpool, Jimmy McInnes, nacido en 1912, llegó a Anfield procedente de Escocia, concretamente del Third Lanark, uno de los clubes de Glasgow que vivían a la sombra de Celtic y Rangers. Zurdo, sacrificado, deslumbraba por su vigor defensivo, lo suficiente para que el técnico de los ‘reds’, George Kay, daba el visto bueno de pagar más de cinco mil libras por su pase, en marzo de 1938.
Su estreno en Merseyside fue magnífico. Marcó el tercer gol en la victoria sobre el Brentford (3-1), prometiendo glorias que sus recursos, sólidos pero limitados, no podían cumplir. Hasta mayo de 1939, McInnes jugó 48 partidos más en la liga, pero nunca volvió a marcar. Y su segundo gol con los ‘reds’, en agosto de ese año, frente al Sheffield United, tuvo sabor amargo; una semana después, el 3 de septiembre, en respuesta a la invasión de Polonia por parte de Alemania, Reino Unido declaró la guerra a los alemanes y suspendió todas las competiciones deportivas. McInnes no volvería a marcar un gol, ni siquiera a jugar oficialmente un partido de fútbol. Cuando la liga inglesa regresó, en 1946, los días dorados habían acabado. Jimmy tenía 34 años, su contrato había expirado con el Liverpool, y la etiqueta de ‘ex’ se había endosado a la única profesión que conocía, la de futbolista.
Fieles a la cultura de ‘club-familia’, frecuente en el fútbol inglés de aquel tiempo, los responsables del Liverpool le propusieron un puesto de administrativo. McInnes, que había cursado Contabilidad en la universidad, aceptó. Fue desde su despacho en Anfield donde, en 1947, vio a los ‘reds’ (con varios ex compañeros de equipo) conquistar el título de campeones en la primera liga de la posguerra. Después, el conjunto inglés entró en una espiral de malas temporadas, que acabó por llevarlo, en 1954, a las catacumbas da segunda división.
Vida nueva con Shankly
Ascendido a secretario del Liverpool en 1955, McInnes se había convertido en un empleado ejemplar. Su principal cometido era encargarse del papeleo de los fichajes, viajes y pagos, además de gestionar la política del coste de las entradas, siempre en contacto directo con los aficionados. Un trabajo no muy exigente en un club cuya media de asistencia había caído hasta casi la mitad del aforo de Anfield (alrededor de unos 55 mil espectadores).
En el verano de 1959, la llegada a Anfield de otro escocés, Bill Shankly, revoluciona la vida del club, y con ella, la de McInnes. Entrenador enérgico, metódico y apasionado, Shankly no se limitó a devolver al Liverpool a la élite. En sólo cuatro años, lo transformó en la mayor potencia de fútbol inglés. Aparte de eso, con las raíces proletarias a flor de piel, Shankly cultivó cuidadosamente una relación intensa con los aficionados. En tres años, la media de asistencia se disparó: de 29 mil, en 1961, a más de 45 mil, en 1964.
Nacía en ese momento la leyenda de The Kop, o Spion Kop, para ser más exactos, la grada donde se amontonaban más de veinte mil aficionados fervorosos que transformaban las canciones de la época en cánticos de apoyo y hacían que los viajes a Liverpool fueran un infierno para los visitantes. Campeones de Inglaterra en la 63/64, los ‘reds’ se estrenaron en Europa en la temporada siguiente. Y, aunque en el año siguiente el título fuera para el Manchester United, los de Shankly, realizaron una proeza inédita en su historial, al conquistar la FA Cup en Wembley, ante la atenta mirada de la reina.
La fiebre ‘red’ se extendía por todo el país, acentuada por el título conseguido en Wembey y por los éxitos europeos ante Anderlecht y Colonia. En esa primavera, el volumen de pedidos de entradas, llamadas telefónicas y de cartas de seguidores solicitando favores, camisetas, y recuerdos diversos, amenazaba en convertirse en insostenible. McInnes, hombre disciplinado, llevaba al pie de la letra la ética de trabajo defendida por Shankly en todos los sectores del club: nunca dejar a un seguidor sin respuesta, nunca negar un pedido sin explicación.
El secretario del club escondía también un alma muy sensible detrás de ese traje de burócrata. Lo prueba su angustia al asumir las culpas, cuando la caja fuerte del club, con cuatro mil libras de ingresos provenientes de la taquilla, desapareció de su despacho tras un atraco en abril de 1962. Nadie osó responsabilizarlo por este suceso, pero McInnes tardó meses en recuperarse del sentimiento de culpa.
En el libro Red or Dead. de David Peace, se describe el creciente ambiente de locura en la secretaria del conjunto inglés durante esos años de 1964 y 1965. Entre sacos de correo por abrir y el timbrar permanente del teléfono, McInnes había instalado una cama en su despacho, para descansar entre los turnos de catorce horas que ocupaban sus obligaciones, que en gran parte se centraban en explicar a los aficionados que no había entradas disponibles.
En la biografía de Shankly se recoge un diálogo, donde el entrenador, de paso por la secretaría, bromea con el exjugador transformado en administrativo: «Ya vi que sigues siendo el hombre más popular de Anfield», apostilla el técnico. McInnes, con unas ojeras profundas, responde de manera sombría: «Te equivocas, soy el más impopular. Yo soy el que siempre les digo que no».
Tragedia en The Kop
Tres días después de la conquista de la citada FA Cup, el Liverpool recibe al campeón europeo, el Inter de Helenio Herrera, en la semifinal de la Copa de Europa. El aforo en Anfield está obviamente completo, y las puertas del estadio fueron cerradas con varias horas de antelación. McInnes está extenuado, pero vibra con los otros empleados del club cuando dos jugadores, Milne y Byrne, pasean la Copa recién conquistada por el césped de Anfield antes del saque inicial, llevando a los espectadores al punto de ebullición. Después, McInnes vibra aún más con los goles de Hunt, Callaghan y St. John, que dan al Liverpool una contundente victoria (3-1).