El 16 de mayo de 2015 fue un día en el que el fútbol lloró. En el que todo aficionado al Liverpool y al fútbol en general, lloró. Lágrimas de emoción. Lágrimas de tristeza por saber que una bonita etapa se acaba. Lágrimas como las de Steven Gerrard.
Desde que anunció que esta sería su última temporada en el Liverpool, multitud de acontecimientos se han sucedido. Los mismos aficionados del Chelsea que se reían de su famoso resbalón le aplaudieron en Stamford Bridge (Mourinho incluido) en señal de respeto. Y es que hablar de Gerrard es hablar de historia viva. Diecisiete años vistiendo la misma camiseta. Rechazando ofertas de clubes como el Real Madrid o el Manchester United por un amor a los colores que, desgraciadamente, se está perdiendo en el fútbol actual.
“Si me abro las venas, mi sangre es roja Liverpool». Así comienza la autobiografía del eterno capitán red. Y es que una vida ligada al Liverpool da para mucho. Una Copa de la UEFA conquistada en 2001 frente al Alavés, en uno de los mejores partidos de la historia (un resultado final de 5-4), donde un por aquel entonces joven centrocampista inglés de 21 años metía el momentáneo 2-0. O una FA Cup ante el West Ham en 2006, cuya participación en el encuentro fue decisiva (marcó el empate a dos y posteriormente el empate a tres para vencer en la tanda de penaltis). Pero sobre todo, aquella mítica final de Champions League en 2005 en Estambul. Quizá, la mejor de la historia. El Liverpool perdía por tres a cero al descanso ante uno de los mejores Milan de la historia, pero finalmente logró remontar para poner el empate y llevarse el título en los penaltis. De nuevo, el capitán fue decisivo anotando el primer gol.
Quizá, las dos espinitas clavadas que se le quedan a Steven son la Premier y la selección inglesa. En diecisiete años, jamás ha podido ganar el más prestigioso trofeo de las islas. A punto estuvo el año pasado, cuando Rodgers retraso su posición para convertirlo en un jugador tácticamente importantísimo (aunque mermando su mejor cualidad, el disparo lejano). Sin embargo, un inoportuno resbalón suyo, contra el Chelsea, propició el gol de los blues que suponía la derrota del Liverpool y, por ende, la despedida de ala lucha por el título de liga.
En cuanto a la Selección, Gerrard ha participado en tres mundiales, pero en ninguno de ellos Inglaterra ha conseguido gran cosa (pese a contar con un magnífico centro del campo formado por Lampard, Carrick y el propio Gerrad).
Esto demuestra su importante rol en el equipo. Más allá de ser un futbolista total, que corre, se ofrece, conduce, llega, dispara, asiste y convierte. Más allá de ser un jugador de valor incalculable y una autentica leyenda en Anfield. Por encima de todo eso, Gerrard es el alma del Liverpool. De un equipo que le adora, y el 16 de mayo quedó claro.
No fue su último partido en la Premier (será el 24 de mayo en el campo del Stoke City), pero si en Anfield. Y eso merece un homenaje como Dios manda. El encuentro era un Liverpool – Crystal Palace, donde los visitantes vencieron por 1-3. Pero nadie estuvo pendiente del resultado, sino del eterno capitán. Pancartas que rezaban “SG8” o “Capitán” llenaron el estadio. Los jugadores tanto del Crystal Place como del propio Liverpool hicieron un respetuoso pasillo para él. Y antes de que saltara al campo, una imagen que dio la vuelta al mundo. La de Stevie, con su hija pequeña en brazos, tocando por última vez el escudo del Liverpool con la inscripción “This is Anfield”. Inscripción que tocó en todos y cada uno de los partidos que jugó en Anfield, en su casa. Y el 16 de mayo fue la última vez.
Steven recibió multitud de cartas, como la de Rafa Benítez (su entrenador en la mítica final de Estambul) o la de Balotelli (quien a pesar de llevar solo un año a su lado, ya demuestra el cariño que le ha cogido). Y eso dice mucho de él.
Hablar de Steven Gerrard es hablar del encargado de llevar la manija de un equipo cinco veces campeón de Europa. Es hablar de un llegador como pocos ha visto el futbol inglés. Es hablar del capitán de la selección de Inglaterra. Es hablar de alguien que siempre se levanta, que nunca se rinde (lo demostró volviendo con fuerza tras dos meses lesionado del bíceps femoral en 2011). Es hablar del encargado de enchufar al equipo la dosis de alma suficiente para que la chispa prenda. Es hablar de un líder responsable, de un luchador sobre la arena. Es hablar de uno de los mejores jugadores británicos del siglo XXI y de la historia. Es hablar de un emblema convertido en jugador.
El 16 de mayo, 44.673 personas cantaron a unísono “You’ll Never Walk Alone”, mientras la leyenda del Liverpool, rodeado de sus hijas y sus compañeros, se despedía: “Voy a extrañar mucho esto. Amé cada minuto. Estoy absolutamente devastado. No voy a volver a jugar de nuevo frente a estos aficionados. Hay mucha gente para nombrar. Agradecer a todos los compañeros que tuve y que me hicieron ser el jugador que soy ahora. Guardaría mi último agradecimiento a la gente más importante en el club, estos hinchas te animan más que cualquier otro. Por eso, antes de irme, antes de que aparezcan las lágrimas, quiero decir que jugué ante la mayoría de las aficiones del mundo y déjenme decirles que ustedes son los mejores.” Y entonces nacieron las lágrimas.