Por estos últimos años, el fútbol de Ecuador se ha revelado como una gran aparición en el super-competitivo contexto sudamericano. Una selección que décadas atrás era de las más endebles, encajando goleadas y derrotas consecutivas, ha subido al punto de codearse con los grandes y hasta superarlos, en algunos casos con comodidad. Pero la actualidad de los tricolores está además respaldada por sus resultados de clubes y juveniles, por lo que su triunfo ya no es casualidad sino causalidad.
Claro que el mundo del fútbol se sorprende al ver a Ecuador arriba en la tabla sudamericana que da acceso a Rusia 2018, y más aún si se repasa su fabuloso arranque de cuatro partidos jugados y cuatro ganados, sacándole tres puntos a Uruguay, a quien ya derrotó como local, y cinco a Chile (campeón del continente) y el renovado Paraguay, con el agregado inestimable de su victoria por 0-2 en su visita a Argentina. Pero no hay que extrañarse, todo es causalidad de un trabajo integral. Un país que ha crecido en todos los niveles, especialmente desde abajo con extranjeros (principalmente argentinos) que han colaborado en su desarrollo, está cosechando los frutos de tal siembra.
Así Ecuador llegó en brillante gesta a tres de los últimos cuatro mundiales (sólo se perdió el de 2010 por dos derrotas estrechas en las últimas dos jornadas), ha sido gran protagonista en los Mundiales inferiores con buenas actuaciones como ser cuartofinalista en el reciente sub 17 de Chile, y consecuentemente ha exportado sus talentos al mejor fútbol europeo, tales los casos de Edison Méndez, Felipe Caicedo (en la mira de Boca Juniors), Jefferson Montero y por supuesto el cerebral Antonio Valencia, un emblema del Manchester United. Pero hay otro enorme mérito, el del recambio que a otras selecciones más fuertes de Sudamérica tanto les está costando. Figuras como Iván y Eduardo Hurtado, Chalá, Aguinaga, Delgado, Méndez, De la Cruz, Reasco o Kaviedes, próceres de 2001 cuando arribaron al primer mundial de su historia, han dejado un lugar que ahora ocupan satisfactoriamente Domínguez, Paredes, Felipe Caicedo, Bolaños, Montero, Valencia, Erazo, Ayoví, Rojas. Y aún esperan estos nuevos talentos de las juveniles como Cevallos, el hijo del mítico guardameta campeón de la Copa Libertadores, Sornosa, Oña o Parrales. A todo este curriculum hay que sumarle las permanentes buenas apariciones de sus equipos en las copas sudamericanas, con la Liga Deportiva Universitaria de Quito y sus entrenadores afamados (Bauza, Fossati) a la cabeza, y hasta una pequeña, pero para ellos histórica medalla de oro, en los Juegos Panamericanos de Río de Janeiro en 2007, donde Montero fue uno de los más destacados. Y, aunque también conocieron fracasos, se han sobrepuesto a cambios de técnicos y han mantenido su nivel con nuevos orientadores que los han ayudado a seguir por la buena senda.
Un juego vistoso y agresivo, solidez en sus líneas, futbolistas con experiencia y aplomo del exterior o con sangre joven local sedienta de triunfo, entrenadores que han sabido formar conjuntos competitivos, son algunas de las razones de que el país bordeado por el Océano Pacífico sea un nuevo grande de América, en algunos casos mejorando a históricos como Brasil, Argentina, Uruguay o Colombia. Hoy los ecuatorianos asemejan su surgiente momento al de los colombianos de los 90. Cuando antes era un ignoto y su nombre era uno de aquellos del grupo de los débiles, Ecuador ha logrado surgir con fuerza y hoy por hoy es un rival temible para cualquiera, ya no sólo en la altura y el calor diurno de Quito, sino en cualquier cancha del mundo en la que se presente. Y no será nada raro si al final de la larga novela camino a Rusia, su nombre aparece entre los cuatro clasificados directos. Se lo ganará, si así sucede, con absoluta justicia.