La medalla de bronce en salto de altura ganada por el sirio Majd Eddin Ghazal, con un salto de 2,29 metros, en los recientes mundiales de atletismo de Londres daba muestras que pese al drama humano que se vive en Siria, su deporte aún no ha sido quebrado. Y un ejemplo de ello es el fútbol, uno de esos deportes que parecen resistir a todo, incluso a una guerra civil fratricida con la aparición de un estado terrorista como el Daesh como ‘summum».
De hecho, ayer la selección de Siria volvió a entrar en un campo para retomar las eliminatorias de clasificación para el Mundial de Rusia 2018 con una victoria ante Catar por tres tanto a uno que les deja muy cerca de lograr el pase (si en el último partido vencen a una Irán ya clasificada y Uzbekistán y Corea del Sur empatan, logrará el billete a tierras rusas). En ese partido de clasificación, oficialmente jugó en casa, pero en la práctica sus conciudadanos quedaron a más de 7.500 kilómetros de distancia. Y es que desde que comenzara la tercera ronda eliminatoria de la AFC, el combinado sirio se ha instalado en Malasia (la segunda fase clasificatoria la jugó en Omán) y ha disputado sus partidos en las ciudades de Paori y Krubong, a las afueras de la capitalina Kuala Lumpur.
A pesar de que la competición doméstica continúa desarrollándose en la franja occidental del país (bajo el control del régimen Bashar al-Asad), por motivos de seguridad, la FIFA no autoriza partidos de secciones en Siria debido a la guerra civil que comenzó en 2011 y que ya ha provocado la friolera de 470.000 muertos y 4,8 millones de desplazados.
Pese a que la selección siria se ha ido sobreponiendo al conflicto (en el último ‘ranking’ FIFA no sólo ha recuperado la posición que tenía antes de comenzar la guerra, 91, sino que lo ha mejorado y ha subido al puesto 80), éste si ha dejado huella tanto en el combinado nacional como en el fútbol sirio en general. Así, algunos de los mejores jugadores renunciaron a la selección por ser opositores del régimen de Al-Asad. Fue el caso de Omar al-Soma, jugador del Al-Ahli de Jeddah y máximo goleador (por tercer año consecutivo) de la liga de Arabia Saudí, del que no se si sabe si renunció por convicción o por temor a represalias de grupos armados sunnitas opositores a Al-Assad, que pasaron a ver a la selección más como representante del régimen que del país. Por fortuna para los sirios, Al-Soma regresó para el partido de ayer después de cinco años de ausencia.
En las conocidas como ‘Águilas de Qasioun’ hay casos aún más significativos que la disidencia de Al-Soma y de otras figuras como pudiera ser la de Firas al-Khatib (que acaba de regresar a la liga siria para poner fin a su carrera), y si hubiera que escoger uno, probablemente, habría que escoger el de Al-Sarut. El que fuera portero de Al-Karamah y considerado como alternativa a Mosab Balhous (portero titular y capitán de Siria al comienzo de la contienda) en la selección, Abdul Baset al-Sarut, se convirtió en una de las voces de las protestas de 2011, y cuando estalló la guerra dejó las botas de fútbol, tomó el ‘kalashnikov’ y creó su propia milicia, ‘La brigada de los Mártires de Al Bayada’. Posteriormente, juró lealtad al grupo terrorista del Estado Islámico, si bien el pasado 2016 un periódico turco publicó una supuesta entrevista suya en la que manifestaba que quería dejar las armas y volver al fútbol.
Peor suerte tuvo Youssef Suleiman, joven delantero de 19 años del Al Wathba, que en febrero de 2013 falleció víctima de la explosión de dos morteros en un hotel en Damasco. Trágico final tuvieron también cuatro futbolistas del Al-Shabab de Raqqa, antigua capital del autoproclamado Estado Islámico que fue liberada este pasado mes de junio, que fueron acusados de espionaje y decapitados el verano del año.
Antes de la guerra los hinchas del Ittihad (Alepo), Al Wahda (Damasco) y Al Karama (Homs) recorrían de punta a punta el país en autobuses para ver los partidos, ahora pese a que la liga siga en pie, prácticamente es imposible con un conflicto que coloca a varias facciones en disputa y sacude el tablero político de la comunidad internacional.
En el occidente de país, zona controlada por el régimen de Al-Asad, que tiene en Rusia y en Irán sus principales aliados, el campeonato doméstico continua disputándose en dos grupos divididos entre la capital Damasco y la ciudad costera de Latakia (lugar de nacimiento de Al-Asad). De esta manera, el Al-Jaish, club del ejército, y el Al-Shurta, de la policía, están ganando preponderancia en la competición y son los principales representantes en las competiciones asiáticas.
Mientras en la franja Mediterránea del país no hay condiciones mínimas de seguridad y la ciudad de Alepo, otrora la ciudad del país más poblada con más de dos millones de habitantes, está completamente destruida y su Estadio Internacional de Alepo, la mayor instalación deportiva del país, asentado entre las encarnizadas batallas barrio a barrio entre el ejército sirio, fiel al alauíta Al-Assad, y las fuerzas de oposición sunnitas lideradas por el Frente Al-Nusra. En el centro do país, fuerzas apoyadas por el ejército turco, por un lado, y guerrilleros ‘peshmerga’ y otras fuerzas kurdas, por otro, van ganando terreno e acorralando a Daesh.
Y es que tener un campeonato reducido a dos ciudades o ver a tu selección a jugar a 7.500 kilómetros de distancia de casa son adversidades menores si tu país lleva desangrándose desde hace seis años con una cruenta guerra civil que ha motivado miles de muerto y millones de desplazados.