Ejemplos de cómo el poder político ha utilizado al fútbol o al deporte en general en más de una ocasión para acallar revueltas o para distraer a la población de asuntos de importancia, existen quizás demasiados. Ocurrió en el mundial de Sudáfrica, ejemplo más reciente, donde los altos índices de delincuencia que sufre el país no llenaron las portadas de los periódicos, y difícilmente saldrá a la luz la enorme inversión real que está haciendo Brasil (un país en el que aún son demasiado evidentes las desigualdades sociales) para ser sede del próximo mundial de este año 2014, tal y como denunciara hace poco el exjugador Rivaldo.
Sin embargo, el ejemplo más incomprensible por cómo se desarrollaron los hechos, es el del Mundial de Argentina de 1978, un campeonato que ayudó a la dictadura más sangrienta de la historia de ese país a acallar, por un corto periodo de tiempo, las atroces violaciones a los derechos humanos que en su territorio se estaban desempeñando.
Hagamos un poco de repaso histórico. En marzo de 1976, los militares argentinos, bajo las órdenes del general Videla, derrocaban el gobierno democrático de María Estela Martínez, viuda de Perón, e instauraban un nuevo régimen autoritario en Argentina. La represión había comenzado y con ella caerían todos aquellos sospechosos de subversión o de ser contrarios al llamado Proceso de Reorganización Nacional. Al menos 30.000 personas desaparecieron en los siete años que durara la dictadura por medio de crueles torturas, secuestros o asesinatos.
Antes de que ocurriera todo esta vorágine, en 1966, Argentina fue designada como sede para el Mundial de 1978, algo que no pensaban perder los militares. Así, organizaron toda una campaña mediática para convencer al mundo exterior y a los propios argentinos de que en el país no pasaba nada: ni había desapariciones, ni tortura. El nuevo gobierno creó incluso el llamado Ente Autárquico del Mundial 78, un aparato propagandístico que se gastó la friolera suma de 700 millones de dólares para hacer posible el sueño de tapar con fútbol el horror de las calles.
El combinado argentino llegaba al Mundial con bajas significativas. El seleccionador César Menotti dejaría fuera de su lista a hombres como Carlos Bianchi, Rubén Ayala, Enrique Wolff, Carlos Babington o Ricardo Bochini. Tampoco le dio la oportunidad a un joven Maradona (diecisiete años por aquel entonces) de jugar un mundial en su país por considerar que le faltaba experiencia para torneos de ese calibre. Así, Menotti, apodado «el Flaco”, creaba una nueva selección albiceleste en la que daba entrada sobre todo a futbolistas del interior del país.
Sería conocido más tarde Menotti por crear el llamado “fútbol de izquierda”, según lo describe a continuación el periodista Osvaldo Bayer: “Un fútbol que trae placer, que no se hace por dinero, por deporte en sí, que desaprueba los negocios, las sociedades anónimas futboleras, la venta de jugadores, los presidentes de clubes como presidentes de sociedades anónimas, el terrorismo de las hinchadas, la violencia de las controversias. Todo lo último, por supuesto, es el fútbol de derecha, que es el que vivimos en todo el mundo globalizado”.
El Mundial del 78 fue controvertido además, por la ausencia de jugadores de la talla de Johan Cruyff (Holanda), Paul Breitner (Alemania Occidental) y Jorge Carrascosa (histórico capitán de Argentina), quienes se negaron a disputar el campeonato por la situación política por la que atravesaba el país, entre otros motivos. Es más, una vez que Argentina se proclamara campeona ante Holanda, todos los jugadores de la Selección de los Países Bajos, se negaron a saludar a la comitiva de militares en el palco, en un modo de renuncia ante los hechos que acaecían en el país sudamericano.
Argentina campeona
A pesar de las continuas críticas, Menotti consiguió llevar a Argentina a lograr su primer título mundial. Creó un equipo fuerte, depositando la confianza en hombres como Ubaldo Fillol, que ya era un portero formidable, Daniel Passarella, “el gran capitán”, Osvaldo Ardiles, el motor del mediocampo y Mario Kempes, la potencia y el gol, que sería el máximo goleador de la competición con seis tantos.
En la primera ronda del campeonato, la albiceleste formó parte del grupo de Italia, Francia y Hungría. Los gauchos consiguieron la segunda plaza en esta fase, después de ganar a Hungría y Francia por el mismo resultado, 2-1, y caer por 0-1 ante Italia. De esta manera, Argentina quedaba encuadrada en un segundo grupo complicado que, dado el formato de la época, determinaba que el primero sería el finalista.
En la segunda fase, Argentina se midió a Brasil, Polonia y Perú. Los de Menotti ganaron a Polonia (2-0) y empatarían con Brasil (0-0), dando lugar a una increíble tercera jornada, en la que hasta tres combinados podrían alcanzar la final. La canarinha derrotó a los polacos, sumando un +5 en la diferencia de goles. La albiceleste necesitaba una goleada para lograr el pase al partido en el que se jugaría el título. No sin sorpresa, los argentinos derrotaban por seis a cero a Perú. Mucho se ha escrito sobre si la Selección de Perú sufrió presiones/sobornos para dejarse ganar en aquel partido. Lo cierto y verdad es que con aquella victoria, Argentina consiguió su pase a la final, donde se vería las caras con Holanda.
La emoción del deporte rey quiso que ese último partido tuviera que llegar hasta la prórroga para designar a un ganador. Poco antes del minuto 90, millones de espectadores se quedaron inmóviles. La contienda estaba 1-1 y el cabezazo de Rensenbrink pegaba en el poste derecho de la meta que defendía el ‘Pato’ Fillol. Era el 1-2 para Holanda, el fin del sueño. Pero sólo fue una falsa alarma. En el tiempo extra Argentina logró dos goles más de la mano de Kempes y Bertoni y la dictadura podía relamer el gusto de esa victoria.
Ganaba así Argentina su primer mundial. Una cita más que controvertida y que sería recordada como el «Mundial de la vergüenza», pues mientras se jugaba el partido inaugural entre Alemania y Polonia por ejemplo, a unos pocos metros del Estadio Monumental, se realizaban torturas en el edificio de la ESMA, la Escuela Mecánica de la Armada, uno de los mayores campos de concentración de esta sangrienta dictadura. Y no sólo eso, en algunas de estas cárceles improvisadas, mientras los militares escuchaban la final, los gritos de celebración de éstos se confundían con los de los presos, una muestra irrefrenable del instinto y el amor a una misma patria que hacía olvidar las ideologías políticas encontradas.