En el fútbol español, son únicamente nueve los equipos que en ningún momento de su dilatada historia han abandonado el Olimpo del hoy en día denominado fútbol profesional, es decir, la primera o segunda división.
Los tres primeros son fáciles de enumerar. Las participaciones ligueras del Fútbol Club Barcelona, Real Madrid y Athletic de Bilbao se han desarrollado todas ellas en la primera división, o ‘liga de las estrellas’. Otros de los clubes más laureados de nuestro balompié, como el Valencia, el Atlético de Madrid, la Real Sociedad o el Sevilla Fútbol Club, han tenido que pasar sus ‘añitos’ en el infierno, aunque como característica, su regreso a la máxima categoría vendría acompañado de alguno de los años más gloriosos de la historia reciente de dichos conjuntos, títulos y participaciones europeas mediante.
Completando este selecto grupo, se encuentran los únicos integrantes del mismo que han disputado la pasada campaña en Segunda División. Por un lado, el Espanyol de Barcelona que, tras una sola temporada triunfal en la categoría de plata, de la cual ha salido campeón, volverá a competir a partir de septiembre en la élite.
Por el otro, y sin haber tenido tanto éxito como los catalanes pese a luchar con ellos por los puestos de ascenso durante gran parte de la temporada, se encuentra el único equipo de esta lista que no cuenta con ningún título en sus vitrinas, quizás porque su suerte se agotó en la historia que viene a continuación. El Real Sporting de Gijón, es el último de los equipos mencionados que siempre ha militado en Primera o Segunda División, aunque esta realidad pudo cambiar, literalmente, por el ‘canto de un duro’.
Y es que mucho antes de que la conversión en Sociedad Anónima Deportiva lo convirtiera en la realidad única e invariable, décadas atrás la entidad ya había sido regida por directivos incapaces de mantener la estabilidad económica y deportiva del club de la Costa Verde.
Tras conseguir el título de campeón de Segunda División y su consiguiente ascenso a Primera en 1957, el Sporting, por aquella época denominado Real Gijón dada la prohibición de los anglicismos en los nombres de los clubes, tardó únicamente dos años en regresar de forma directa a la categoría de plata. Y aquí comenzó su calvario.
Después de una desastrosa temporada 60/61, el club rojiblanco terminó el torneo regular viéndose obligado a disputar una promoción frente al Burgos para evitar el descenso a la tercera categoría, actual Segunda División B. Pese a contar en su plantilla con nombres aún a día de hoy ampliamente reconocidos por la parroquia sportinguista, como Biempica, Miguel Montes, Medina o Pepe Ortiz (verdadero protagonista de esta historia), el enfrentamiento devino en victoria para los castellanos. Esto supuso no solamente el descenso del equipo gijonés, sino prácticamente su sentencia de muerte, dados los problemas financieros arrastrados por la entidad, con una deuda que ascendía a los seis millones de pesetas.
Sin embargo, quién sabe si por actuación de la divina providencia o de la Santina, patrona de Covadonga a la que los asturianos suelen encomendarse, el destino parecía tener otros planes que cambiaron la historia del conjunto de la capital de la Costa Verde, asegurando su existencia hasta nuestros días.
Una vez consumado el descenso en los terrenos de juego, una nueva oportunidad se abrió para la permanencia en Segunda División, al renunciar el Condal de Barcelona a su plaza en dicha categoría por motivos económicos. El Sporting, ávido y oportunista, reclamó ante la Federación Española de Fútbol su derecho a ocupar el puesto al que habían renunciado los barceloneses. Sin embargo, el órgano rector del fútbol español tuvo otra idea, más emocionante, para permitir a los rojiblancos mantenerse en Segunda División y, en consecuencia, evitar su más que probable desaparición.
Así, en pleno mes de agosto de 1961, la Federación organizó en la isla de Mallorca un torneo con todos los equipos implicados aquel año en ascensos y descensos entre la segunda y tercera categoría. Sestao, Castellón, Sevilla Atlético, Badalona, Amistad de Zaragoza, Racing de Ferrol y el propio Sporting fueron los combatientes. Ni que decir cabe, que el ganador de dicho torneo se quedó con la plaza a la que el Condal había renunciado.
El propio desplazamiento y estancia en la isla supusieron ya una losa importante para el club, con más telarañas que fondos en sus arcas, pero estos no fueron los únicos inconvenientes que los asturianos se encontrarían en su viaje. En primer lugar, un problema técnico en la aeronave que les llevó hasta Mallorca retrasó la llegada a su destino de la expedición rojiblanca, tras tener que bajarse del avión hasta en dos ocasiones. Una vez aterrizados, el lugar elegido para el hospedaje del equipo no tuvo nada que ver con los modernos resorts y hoteles de lujo donde los conjuntos se alojan actualmente en sus desplazamientos. Fue, ni más ni menos, que un convento.
Quizás en este lugar los jugadores sportinguistas lograron encontrar la inspiración o la ayuda divina que últimamente parecía faltarles. Y es que el que debía ser su primer rival del torneo, el Sestao, renunció a competir en el mismo por motivos financieros, que como se ve eran una constante en la época. Así, sin bajarse del autobús, el Sporting jugó directamente las semifinales ante el Castellón, un partido donde su suerte cambió para siempre.
Las tres cruces de Pepe Ortiz
Antes de comenzar dicho encuentro, como viene siendo tradición hasta la actualidad, los capitanes deben escoger entre la cara y la cruz de una moneda lanzada al aire por el árbitro para dirimir la elección de campo. Quien gana escoge. El capitán rojiblanco, Pepe Ortiz, eligió la cruz de la moneda y ganó así el sorteo.
Pese a ser favoritos, al proceder de una categoría superior, el partido se complicó para los rojiblancos, quienes apenas consiguieron empatar a dos con el conjunto albinegro. Ante la igualdad en el marcador al término de los 90 minutos, el vencedor del partido y finalista del torneo se decidiría en la prórroga.
Previo al comienzo del tiempo extra, tocaba nuevamente realizar el ritual de la elección de campo. Otra vez la misma moneda, con sus dos caras. Otra vez, Pepe Ortiz eligió la cruz de la misma. Y otra vez ganó el sorteo.
Pero ninguno de los dos equipos pudo ganar durante los 30 minutos de añadido, lo que en aquella época suponía un problema, ya que las tandas de penaltis no fueron implementados hasta un año después, durante la disputa del Trofeo Carranza de 1962. Lo lógico era disputar un partido de desempate entre los dos equipos, al más puro estilo FA Cup. Sin embargo, las estrecheces del calendario obligaban a que el torneo fuese terminado en tiempo y forma.
¿Cuál fue la solución? Muy fácil, el azar más puro, al que ya se había recurrido anteriormente hasta en dos ocasiones en el mismo partido para la elección de campo, aunque esta vez sus consecuencias y la tensión en los cuerpos de quienes verían volar la moneda fueron muy distintas. Pepe Ortiz, fiel a sus decisiones anteriores, que tan buena suerte le habían traído, volvió a escoger la parte de la cruz de la moneda.
En el aire estaban, literalmente, la historia y el futuro de la entidad deportiva más reconocida de la villa gijonesa, dependiendo las mismas de la suerte que el metal quisiera depararle. Pero Ortiz no falló, como tampoco lo había hecho nunca durante las once temporadas que llevaba defendiendo la camiseta rojiblanca, cuya existencia se aseguró temporalmente gracias a su suerte y el azar de una moneda que, por tercera vez en pocos minutos, volvió a caer de cruz.
Pero eso fue temporalmente ya que su permanencia en Segunda no fue definitiva hasta el día siguiente, el 15 de agosto de 1961, cuando el conjunto asturiano venció en la final de este torneo al Sevilla Atlético, logrando así la supervivencia futbolística e institucional del club.
Pese a esta sonrisa que la diosa fortuna dedicó a los asturianos, inédita en la historia del fútbol e inaudita para quien escuche hoy en día sobre ella, hay quien piensa que el Sporting de Gijón vendió ese día su alma al diablo. No solamente porque tardó otras diez temporadas en regresar a la máxima categoría del fútbol español, sino porque la suerte que tuvo en Palma le sería totalmente esquiva en los momentos más relevantes de su historia, cuando tocó, con la punta de los dedos, los títulos de Liga de 1979 y Copa de 1981 y 1982, en los cuales solo pudo ser subcampeón.
Y no sería porque Pepe Ortiz no estaba presente en los mismos. Retirado de la práctica del fútbol en 1963 tras 14 años como profesional, todos ellos defendiendo la camiseta rojiblanca del Sporting, pasó a ejercer las labores de delegado del equipo hasta su jubilación en 1995, siendo sustituido en el cargo ni más ni menos que por Enrique Castro ‘Quini’.
Toda una vida en el Sporting
Ortiz, un hombre de club, que salvó al club con su suerte y que, quienes tuvieron el placer de conocerle, afirman que “hacía club” con su simpatía y cercanía hacia todos aquellos aficionados, rivales y colegiados con los que se cruzó en las más de 45 temporadas de dedicación a sus colores, a quienes se dirigía cariñosamente con el término “amiguín”.
Quizás por todo ello, hoy en día, 20 años después de su muerte, sigue siendo el segundo jugador de la historia rojiblanca que más reconocimientos tiene a lo largo de la geografía gijonesa, sólo superado por su sucesor en el cargo de delegado. Como muestra, el campo Número 2 de la Escuela de Fútbol de Mareo, donde disputa sus partidos el filial sportinguista, lleva su nombre. También lo hace una calle en el barrio de Ceares, donde vivió, situada justo enfrente del campo del UC Ceares, club de Tercera División asturiana cuyo torneo veraniego está bautizado en honor del protagonista de esta historia.
Y en el estadio que le vio sudar y defender la camiseta rojiblanca, un mural dibujado en el fondo sur lo recuerda como un “ejemplo de fidelidad”. El mismo fondo que, tras su muerte el 17 de enero de 2001, se engalanó con un enorme crespón rojiblanco y la siguiente frase a modo de recordatorio: “Ortiz, mi corazón cambió de color por ti”.
Todo para hacer saber a los más jóvenes, o a quienes se habían ya olvidado de que, de no ser por su atino en la elección de moneda, el Sporting de Gijón podría ser no más que una página en los libros de historia.
1 Comment
Muy bueno. Solo recomiendo al Sporting que fiche mexicanos.