Cuando el fútbol apenas estaba implantado en las Islas Británicas se produjo una de las efemérides que por la fecha parece anacrónica visto el grado imperante de racismo de una sociedad que hacía menos de 50 años (eso en Gran Bretaña pues en Estados Unidos sólo habían pasado menos de veinte años y en España seguía vigente) que acababa de abolir la esclavitud.
12 de marzo de 1881, hace exactamente 134 años, la selección de Escocia venció a Inglaterra en Londres por un contundente 1-6, pero la dolorosa goleada no sería lo más importante de ese encuentro sino que Andrew Watson se convirtió en el primer jugador de color en representar a una selección.
Aunque algunos libros de historia señalen al guardameta Arthur Wharton como el primer jugador de raza negra de Gran Bretaña, por ser el primero en tener un contrato profesional, Watson le gana por casi diez años de diferencia además de ostentar ser el primer jugador de color en ser internacional al vestir los colores de Escocia, algo que a Wharton (afiliado a la federación inglesa) le negaron.
Hijo de esclavista
Andrew Watson nació en la Guayana británica, siendo un claro ejemplo de mestizaje propio de las colonias americanas. Hijo de Anna Rose, una exesclava, y del anterior ‘dueño’ de ésta, el escocés Peter Miller, próspero empresario del azúcar, y poseedor de varias plantaciones en la actual Guyana.
A diferencia de lo que ocurría en la mayoría de los casos de mestizaje, Peter Miller reconoció a su hijo y lo llevó para Gran Bretaña tras la muerte de su madre, y le propició una fuerte dotación económica para que Andrew pudiera desenvolverse ya que al ser un hijo fuera del matrimonio para ‘guardar’ las apariencias tuvo una relación muy distante con él, casi inexistente.
Con el dinero de su padre Andrew se procuró unos estudios en el elitista King’s College de Londres y posteriormente en la Universidad de Glasgow, donde aparte de cursar Filosofía natural, Matemáticas e Ingeniería tuvo su primer contacto con el fútbol. Sus condiciones físicas hacían de él un buen central sobrio, con gran capacidad de corte y buen remate de cabeza, por lo que decidió ahondar más en el mundillo del balompié.
De esta manera comenzó en modestos clubes escoceses como el Maxwell y el Parkgrove (en este último club sería además secretario llegando a ser el primer directivo de fútbol de raza negra) hasta que en 1880 llega al Queen’s Park Football Club de Glasgow, que por entonces era la potencia futbolística en Escocia. En este club conseguiría sus primeros títulos (tres copas escocesas) y alcanzaría la internacionalidad con la selección ‘del cardo’, pero lo que es más significativo es que el Queen’s Park era un equipo de aristócratas y ‘gentlemen’ destinados a la élite de la sociedad británica y pese a eso Andrew Watson, un jugador mestizo, había logrado ser uno más. Una vez más rompía las barreras de los prejuicios raciales.
Asalto al fútbol inglés
Su buen hacer en el Queen’s Park que le brindó la oportunidad de vestir la camiseta de Escocia en tres ocasiones le abrió las puertas del fútbol inglés y recaló en el londinense Swifts FC, hecho que le alejó de la selección escocesa pues por entonces sólo podrían ser convocados los jugadores residentes en el país. Su fichaje por el cuadro londinense le sirvió para convertirse en el primer jugador de color en jugar la F.A. Cup pero tristemente le sirvió para conocer el racismo desorbitado que no había experimentado en Escocia, al tener el rechazo de los aficionados y de algunos compañeros de equipo.
Tras dos años viviendo ese mal trago, abandonó el Swifts para recalar en el también londinense Corinthian, donde no sólo fue su primer jugador de color, sino que fue el primer jugador no nacido en las Islas Británicas de su historia. En el equipo de la barriada de Leyton volvió a repetirse escenas amargas de racismo y Watson decidió volver a la más tolerante Escocia, concretamente a su antiguo club, el Queen’s Park.
Tras dos campañas en el club donde se dio a conocer, Andrew Watson, por orgullo y cabezonería, decidió retornar a Inglaterra en busca del reconocimiento y respeto merecido. Así recaló en el Bootle FC donde en sus cinco años consiguió por fin disipar algo que siempre le había acompañado la sombra que proyectan los prejuicios de ser el primer jugador de color del fútbol moderno.