Muchos de los aficionados del Cádiz definen a su club como “un equipo de Primera”, a pesar de que esté en Segunda División B (de manera coyuntural, se entiende). Pocos son los que se atreven a dudar que los amarillos merecen un lugar mucho mejor en el panorama futbolístico español por su historia y singularidad, rememorando habitualmente los tiempos de Mágico González no solo como gloriosos, sino como ambiente natural del club.
Sin embargo, la historia a la que muchos se remontan no parece dar fundamento a estas afirmaciones. En 78 temporadas del club (aunque su fundación oficial fuera en 1910, hay dudas en torno al anterior a 1935) sólo ha participado en Primera División en doce de ellas, por 37 en Segunda, 13 en Segunda B, 12 en Tercera y una en Regional.
Además, cada vez queda más lejos la que pudo considerarse su época dorada, entre las temporadas 1981/82 y 1992/93, periplo de doce años en el que pasó diez en Primera con dos bajadas fugaces a Segunda y ocho años seguidos en la máxima categoría nacional. Desde entonces, el equipo sólo ha conseguido volver a la máxima categoría durante un año, en la 2005/06, y ha pasado catorce de las veinte temporadas restantes en Segunda División B.
Tampoco su realidad actual les da la razón a sus aficionados. El Cádiz se encuentra atascado desde hace cuatro años en Segunda B, impotente ante la escasez de éxito entre sus embestidas (sobre todo a nivel presupuestario) en busca del ascenso a la categoría de plata y a la espera de que a la enésima vaya la vencida. Y lo más sangrante es que su superioridad presupuestaria en el Grupo IV no se manifiesta en lo deportivo, estando el club luchando este año por un ramplón puesto dentro de los play-offs viendo por encima suyo en la clasificación a conjuntos mucho más modestos como La Hoya Lorca.
Cierto es que esta temporada quizás no es la más apropiada para analizar la trayectoria del Cádiz, ya que ha estado marcada por problemas con la gestión de los representantes de la italiana Sinergy, directiva saliente tras el incumplimiento de una serie de pagos y la compra de acciones por parte de Locos por el balón, y la intervención del club de acuerdo a la ley concursal. La gestión deportiva de Gaucci y compañía rayó lo desastroso, agravada además por las restricciones judiciales, y la dinámica de impagos frenó a un equipo que empezó el año con muy buen pie a pesar de tener una plantilla mal confeccionada hasta que llegaron los refuerzos invernales, por lo que puede entenderse que esta ha sido una temporada extraña en el Cádiz. Pero aún así hay ciertas dinámicas en las que no es tan diferente de las anteriores.
El principal problema que tuvo que afrontar el club este verano, y que sigue presente en cierta medida, es un error estructural que arrastra desde hace tiempo (y que se multiplicó con la llegada de Sinergy): los altos salarios de estrellas traídas para ‘asegurar’ la consecución del ascenso. Desde su descenso a Segunda B, el Cádiz ha seguido una estrategia muy arriesgada, consistente en invertir mucho dinero en traer a futbolistas con calidad suficiente para jugar en Segunda División, lo que supuestamente debería hacer que los objetivos se cumplieran con facilidad. Sin embargo, no ha sido así, ya que como en muchas otras ocasiones y clubes, el resultado ha sido el opuesto al ofrecer muchos de esos jugadores un bajo rendimiento bien sea por falta de motivación, una presión excesiva por su alto salario u otras razones similares. De esta manera, el club se encalla en la categoría de bronce, esquilmando inútilmente sus arcas y viviendo culebrones cada verano para librarse de unos descartes que no quieren dejar un equipo en el que cobran más que en cualquier otro.
La raíz de este problema está en la misma esencia de este análisis: la no aceptación de una realidad dolorosa, que lleva a hipotecar un equipo en pos de un espejismo. Gran parte de los fracasos del Cádiz son provocados por la rapidez con que se quieren conseguir los objetivos, sin dejar tiempo a una pausa necesaria en muchos casos. Con el cuento del “somos de Primera” se han llevado al límite asiduamente las arcas de un club con algunas claras limitaciones, como su ámbito geográfico (la ciudad de Cádiz es de las pocas de España que apenas puede crecer, dada su condición peninsular, por lo que difícilmente puede competir con ciudades en expansión como Madrid, Sevilla o Valencia), imposibilitando la creación de un proyecto deportivo realista y cerebral que formara un bloque sólido que luchara por los objetivos sin causar perjuicio al club.
Pero tampoco hay que sobrecargar de culpa al cadismo, ya que este es un mal muy extendido en el fútbol, y muchos otros equipos sufren o han sufrido esta misma realidad, como el Nástic, y algunos han llegado incluso a desaparecer por los compromisos generados de manera repetida por esta práctica. Aunque sí hay que mostrar que, para que ‘su’ Cádiz esté lo más alto posible, deben poner los pies sobre la tierra y quizás sea necesario cambiar su lema. Porque la historia y su realidad demuestran que el Cádiz no es de Primera, pero sí señalan a que puede ser un digno e histórico equipo de Segunda. Pero antes hay que conseguir el ascenso, y que quede dinero en la tesorería para montar un combinado de jugadores con el que mantenerse. Y para eso tienen que hacerse a la idea de que actualmente no son ni de Primera ni de Segunda, sino de Segunda B, y que si huyen de esta realidad, quizás se perpetúe esta situación mucho más allá de lo que le gustaría a cualquier aficionado.
De todas maneras, también hay que señalar que la llegada de la sociedad Locos por el balón, tras la cual se intuye que está el influyente Quique Pina (aunque de manera velada), abre nuevas perspectivas para la entidad. El empresario murciano ha demostrado en múltiples ocasiones su afecto por el Cádiz, y ya estuvo al mando en la temporada 2011/12, para la cual confeccionó un equipo temible que sin embargo terminó el curso en baja forma y cayó estrepitosamente en los play-offs. Los refuerzos de invierno de este curso del Cádiz suenan a él, y han venido como agua de mayo.
Pero aún así, que los aficionados no vuelvan aún a sus sueños de grandeza. Con o sin Pina, la realidad del equipo es la que es: está en Segunda B, y pasando serios apuros para acabar en la liguilla por el ascenso. Por tanto, mantengan los pies en la superficie gaditana, que falta le hace a un conjunto cuyos mejores años parecen quedar cada día más atrás.