Abu Bakr Al-Baghdadi, el actual líder del autodenominado Estado Islámico, es el nuevo enemigo público número uno. Sus orígenes son un misterio para la comunidad internacional, e incluso surge en la controversia de si sigue vivo porque no se tiene noticia de él desde que en verano del 2014 apareciera en una mezquita al norte de Irak. Pero de vez en cuando surgen informaciones, que nos acercan, a tan malévolo líder, como que es un apasionado al fútbol e hizo sus pinitos en ese deporte.
En un reportaje del diario británico The Telegraph se aborda el pasado de Al-Baghdadi para, a través de testimonios de personas que le conocieron, descubrir (como suele ser frecuente) que era una persona aparentemente normal y que antes de liderar uno de los grupos radicales más temidos del mundo, tenía talento para el fútbol.
Su pasado futbolístico es narrado por Abu Ali, camarada en los terrenos de juegos y que conoció a Al-Baghdadi en la mezquita de Tobchi, un barrio de la capital iraquí. «Él era nuestro mehor jugador. Era el Messi de nuestro equipo», afirma Ali.
El hombre que motiva a que Estados Unidos pague unos diez millones de dólares a cualquiera que dé informaciones sobre su paradero, en los tiempos del Irah de Saddam Hussein, antes de la invasión americana, cuando no usaba el calificativo de Al-Baghdadi y respondía al nombre de Ibrahim Awadty Ibrahim Ali Muhammad al-Badri al-Samarrai, era un apasionado al deporte, y dedicaba su tiempo al fútbol amateur.
Las palabras de su antiguo amigo, Abu Ali, lo califican como «tímido y cordial». No lideraba la mezquita, donde llegó con dieciocho años, aunque asumiese varias veces las oraciones cuando el imán, estaba ausente. «Tenía una buena voz para las oraciones. Pero lo que de verdad le interesaba era el deporte. En nuestro tiempo libre adorábamos jugar al fútbol juntos. En tiempos de Saddam también íbamos a jugar partidos en lugares fuera de Bagdad, como Anbar. También le gustaba mucho la natación» explica Ali.
Aquel futbolista que se desenvolvía como un talentoso delantero en el equipo de su mezquita y que nunca mostró hostilidad alguna con las tropas extrajeras que invadieron su país, pasó al lado oscuro dejando en un primer momento su amado fútbol y predicando la expulsión de los infieles.
Hasta llegar a tal punto que se autoproclama califa del Estado Islámico y descendiente directo de Mahoma, con el único objetivo de someter con sangre y odio al resto del mundo.