Decía Jorge Valdano que el fútbol es un estado de ánimo. Que no existe una fórmula matemática que pueda conjugar los ingredientes del mejor plato y conseguir maravillar todo paladar. El fútbol siempre es mucho más sencillo cuando los futbolistas juegan como son y se divierten haciéndolo, como alguna vez comentó también al referirse a Romario al que definía como un jugador de dibujos animados. Decía, también, que hay futbolistas diferentes que no juegan al fútbol sino que, “gambetear” o saciar un impulso de gol es lo único que les mueve y que les hace sentirse vivos. El fútbol como forma de vida o la vida con forma de pelota.
Empalagoso y edulcorado, porque si no, no sería Valdano. Y no es que no sea cierto sino que quizás sea anacrónico al fútbol de hoy en el que la pelota no se para al piso. No hay tiempo para que el fútbol sea un efímero estado de ánimo porque el fútbol de hoy es un estado de forma, y ahí es donde futbolistas como Luis Suárez lo transforman en otra cosa inherente a este bello deporte pero que pocos son capaces de transmitir.
En 2010 a Luis Suárez el fútbol le ofreció el Mundial de Sudáfrica para colgarse el cartel de estrella internacional. La fantástica temporada en el Ajax de Amsterdam (49 goles en 48 partidos) le llevó a formar parte de la delantera de la Selección de Uruguay con su compatriota Diego Forlán. Suárez completó un gran campeonato (3 goles) junto con Cavani aunque fue el ‘Cacha’ el que se llevó casi todas las tapas de los diarios deportivos de Uruguay al convertirse en el ganador del Balón de Oro del mundial. La ensombrecida imagen futbolística de Suárez se fraguó a nivel internacional por primera vez en Sudáfrica.
Los de Tabárez se enfrentaban a Ghana en cuartos de final y Suárez, ya en el descuento de la prórroga y con empate a uno, sacó un balón bajo la línea de gol. Mano flagrante, descarada y deshonestamente antideportiva que fue acompañada de la correspondiente expulsión. El ghanés Asamoah Gyan fallaría el lanzamiento desde los once metros y los uruguayos se impusieron en la posterior tanda de penaltis. El poso que dejaron aquellas imágenes denostaban falta de limpieza en el verdadero espíritu de fair play que suele tratar de abanderar el deporte, y Suárez en concreto se convirtió en el centro de los debates sobre la trampa y la pillería. Uruguay disputó las semifinales de la Copa del Mundo sin el ‘Lucho’ y terminaría cayendo por 3-2 frente a la Holanda de Bert Van Marwijk.
‘Red’: Luces y sombras
El uruguayo quizás esperó un verano movido por su gran actuación en el mundial pero a pesar de los muchos rumores finalmente se quedó en Amsterdam. Comenzó la temporada algo menos fino de cara a gol (8 goles en 15 partidos) para lo que de él se esperaba tras el año anterior y la cita mundialista, y entonces el mercado invernal dio un vuelco. El magnate ruso y propietario del Chelsea, Roman Abramovich, desembolsó la friolera de 58’8 millones de euros para hacerse con los servicios de Fernando Torres que militaba entonces en las filas del Liverpool.
Este traspaso provocó un efecto dominó y un cisma en Chapel Street, donde mientras asumían que el Chelsea les había quitado a su delantero goleador y auténtico líder de la afición, el club se veía obligado a realizar un fichaje de envergadura que asegurara el futuro del gol ‘red’. La caja estaba llena y no dudaron en pagar la cláusula del jugador sensación de aquel momento en la Premier, Andy Carroll, que era un nueve clásico (muy distinto de lo que era Torres) y por el que pagaron 40 millones de euros. Aún quedaba dinero y en Melwood el Liverpool consideraba que podrían completar más la delantera con un jugador versátil que complementara el ataque y el gol que debía aportar Carroll. Aquella noche Luis Suárez firmó por el Liverpool por 25 millones de euros.
Llegó sin nombre en las islas y sin el peso del gol que asumía Carroll. A pesar de ello muy pronto su entrega y trabajo en el campo le hizo ser un delantero referente que llegaba a un equipo que vagaba por media tabla. Aquella temporada finalizó con tan solo 4 goles en 13 partidos pero se empezaba a germinar la silueta de un futbolista total y jugador franquicia.
En la Premier League hay costumbres que los aficionados al fútbol creen que son esenciales para jugar allí. Independientemente del valor del fair play que se divulga en el deporte, en Inglaterra hay otros aspectos del juego como la entrega, correr y emplearse al cien por cien, o no tratar de engañar al árbitro, que son imprescindibles para no ofender al espectador. Luis Suárez cometió varios errores y la fama de aquel debate de la trampa y la pillería le volvió a caer encima cuando en repetidas ocasiones se tiraba dentro del área. Traspasó los límites de la pillería y ‘el otro fútbol’ cuando protagonizó con Évra el episodio de racismo más deplorable de la historia de la actual Premier League, y también al final de la pasada temporada cuando en un enfrentamiento contra el Chelsea mordió al central serbio Ivanovic y por el que fue sancionado con diez partidos. La fama ya la tenía y se agrandaba más su imagen de tramposo, ‘piscinero’ y futbolista antideportivo que la del gran jugador que es, y el talento que posee.
El hambre del Caimán
De la sombra y el hastío. De su propia imagen y la sanción. De su contrato y la situación deportiva del club que no terminaba de verse entre los grandes, y con las dudas que aún hay en torno a la figura de su actual entrenador Brendan Rodgers. De todo estuvo harto Suárez antes de empezar esta temporada, y muy cerca de salir estuvo como en 2010 cuando ya se le colocaba entre los grandes de Europa. The Kop le mostró su total apoyo y cariño y el uruguayo decidió quedarse porque también deslizó que de alguna forma había manchado la imagen del Liverpool y aún se sentía en deuda, sobre todo con los aficionados que siempre le defendieron y apoyaron a pesar de todos su errores.
Suárez había encontrado una razón de peso para quedarse en las islas pese a haber pasado el verano entre cantos de sirena, y ahora sólo pensaba en volver a jugar para devolverle al Liverpool todo lo que le había dado a él, sin olvidar que era año de mundial, con lo que todo ello implica en su lucha para desquitarse de malos recuerdos y fama labrada. Rodgers le convenció. Le ha formado un equipo en torno a él y los fichajes de Coutinho y Sturridge también han colaborado a que Suárez creyera en el proyecto y sellara su compromiso. La temporada había comenzado sin él, y entonces, llegó la hora de su vuelta.
Apareció en la sexta jornada como un tornado frente al Sunderland haciendo dos goles. El equipo, que ya venía jugando muy bien y apuntando mejorías notorias, sumaba el gol que le faltaba y tras marcarle otro gol al Crystal Palace, en la novena jornada hacía su primer hat-trick de la temporada. No pudo hacer nada en la derrota contra el Arsenal pero Fulham y Everton volvieron a sufrir la pegada y el momento de forma excepcional con el que había arrancado su vuelta. En la jornada catorce el Norwich visitaba Anfield y Suárez acaparó la atención del fútbol mundial haciéndole un póker de goles (hat-trick en 20 minutos) de todas las formas posibles. Encuentra el gol de primeras, en paredes, cayendo a banda, por regate en corto y en velocidad, y ahora también lanzando faltas. Suárez cotizaba al alza y ya habían llegado las primeras nieves a Gran Bretaña. Se acercaba el invierno y un nuevo frente en forma de mercado invernal.
En los siguientes partidos Suárez consiguió tres dobletes consecutivos. La Premier se rendía a sus pies y ya en España se le conoce como ‘el Caimán’ (apodo que le puso Sixto Miguel Serrano, periodista y narrador de fútbol de Canal+) por su tremenda e insaciable voracidad cara al gol, y por la rapidez y ferocidad con la que ejecuta a cada rival y adversario. 22 goles en 18 partidos son sus impresionantes números hoy, y con gran parte de los partidos más difíciles de la temporada ya disputados. El hambre es una distinción especial del uruguayo y ha conseguido ganarse por completo a toda su afición, e incluso también ha conseguido que ahora cuando se habla de Luis Suárez, ‘el Caimán’, las imágenes que se le asocian tengan mucho más que ver con sus goles que con sus errores.
Del origen de casta
La historia del fútbol nos ha dejado pasajes en los que podemos ver cómo las palabras de Valdano estaban cargadas de razón. Los futbolistas juegan y se divierten cuando lo hacen tal y como son. Hemos visto a la pentacampeona del mundo ganar jugando como nadie con una alegría desbordante. Hemos visto a Argentina agarrarse a la pasión y a la palabra para coronarse en su país en el 78 y repetir en el 86. Pero también hemos visto, y además mucho antes de todo eso, a Uruguay ganar un mundial en Maracaná. Hemos visto a uruguayos ejecutar el mayor sacrilegio de la historia de este deporte, y por qué no decirlo, con artimañas, juego duro, y siempre al límite del reglamento. La historia nos ha dejado un legado de casta y trampa uruguaya, o pillería si se quiere edulcorar como también lo hace Valdano a sus intereses, que nunca ha dejado de ser también fútbol y que ha cimentado una de las historias más heroicas de este deporte.
El fútbol es un estado de ánimo para un aficionado y un estado de forma para el jugador. La raza y el modo de entender de formas distintas el fútbol en cada lugar del planeta convierten a la Copa del Mundo en el súmmum del fútbol, y le ofrece un especial encanto que ninguna otra competición puede superar. El uruguayo no es un estado ni de ánimo ni de forma. El uruguayo es un estado como tal. Una forma de entender el fútbol y la vida, y una forma de volver a Maracaná de ‘la mano’ de Luis Suárez.