El concepto ‘guerra del fútbol’ ha calado entre la sociedad en torno a un hecho concreto dentro del mundo del balompié, que no es otro que el famoso enfrentamiento entre las dos grandes potencias televisivas, Sogecable y Mediapro, que pugnan año tras año por hacerse con los derechos de retransmisión de los partidos de Primera División de la Liga BBVA. Sin embargo, el término ‘Guerra del Fútbol’ lo acuñó el periodista polaco Ryszard Kapuscinski. El premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades cubrió el enfrentamiento político-militar que mantuvieron Honduras y El Salvador en 1969. Puede sonar paradójico que se nombre de tal manera a un acontecimiento histórico que dista mucho de lo que es el apartado deportivo como tal. Aunque como fueron sucediendo los hechos mejor no pudo haberlo llamado el propio Kapuscinski.
Para no ir dando bandazos es inevitable recurrir a unos antecedentes. Es obligatorio mencionar la mecha que hizo explosionar todas las tensiones que hubo entre ambos países latinoamericanos. El año 1969 marcó el devenir de estas diferencias. A lo largo de la década de los 20 del siglo pasado, una oleada de salvadoreños ocupó diferentes zonas de Honduras, donde comenzaron a cultivar sus tierras. Generación tras generación fueron haciéndose cargo del cuidado de los campos hondureños que, por entonces, estaban en su propiedad. Sin embargo, las tensiones políticas no cesaron en ningún momento.
El odio forjado desde Honduras hacia su población salvadoreña desembocó en una reforma agraria, que únicamente beneficiaba a los ciudadanos hondureños. La expropiación de las tierras y la persecución exacerbada a todo aquel que no fuera originario de allí obligó a los inmigrantes a volver en masa hacia El Salvador, lo que provocó que las rencillas entre ambos contingentes aflorasen sobremanera. Fue entonces cuando estalló la conocida como ‘Guerra de las 100 horas’ o, según la popular revista Time, ‘miniguerra’, puesto que el enfrentamiento militar se solventó en tan sólo seis días. Aunque, a pesar de la escasa duración, la represión fue voraz: 1.900 fallecidos y más de 4.000 heridos.
Pues bien, en medio de toda esta vorágine de conflictividad y caos entre dos sociedades vecinas estaba en juego la fase de clasificación para el Mundial de México 70. Concretamente, medirían fuerzas futbolísticas los países pertenecientes a la CONCACAF (Confederación Norteamérica, Centroamérica y el Caribe de Asociaciones de Fútbol). Por entonces, las áreas correspondientes a esta federación se dividían en cuatro grupos de tres equipos, de los cuales, el primero de cada uno se enfrentaría en eliminatorias entre sí. De este modo, en el cruce de semifinales, EE.UU. tuvo que verse las caras con Haití, pero todas las miradas y el sentimiento recaía en el otro lance, pues el enfrentamiento en las calles se extrapolaba a los terrenos de juego. Y es que Honduras y El Salvador se jugaban el pase a la final para conseguir una plaza en el campeonato mundial.
El sufrimiento y las imágenes de devastación y muerte que se presenciaron en las calles hondureñas y salvadoreñas chocaban con la ilusión, el deseo y las ganas de jugar una competición internacional. Hay quienes abogaron porque el encuentro sirvió para apaciguar las aguas y que la población se tomase un respiro, pero lo cierto es que la conflictividad se trasladó a las gradas, con el fin de tomarse la justicia por sus propias manos. El fútbol hizo de toma de tierra de todo lo que se sufriría poco días después en la calle, la ‘Guerra de las 100 horas’. Fue una excusa para alentar y azuzar a los ciudadanos.
Al final, la eliminatoria se jugó, desoyendo cualquier tipo de posibilidad de cancelarla con lo que se estaba forjando fuera. Hasta en tres ocasiones se tuvieron que ver las caras ambos rivales, puesto que tuvo que disputarse un partido de desempate. Fue entonces cuando resurgieron dos nombres propios sobre los cielos salvadoreños, los de Ramón ‘Mon’ Martínez y Mauricio ‘Pipo’ Rodríguez, que fueron los encargados de llevar en volandas a su selección para sellar el pase a la final, en un primer momento, y, posteriormente, para apuntillar a Haití y conseguir, por primera vez en su historia, la clasificación para el Mundial.
El encuentro de ida de las semifinales tuvo lugar el 8 de junio de 1969 en la capital de Honduras, Tegucigalpa. Los aficionados hondureños hicieron todo lo posible para que la estancia de la selección absoluta rival fuera lo más amarga posible. Insultos, ataques y lanzamientos de objetos sobre las ventanas fueron algunos de los actos vandálicos que se pudieron presenciar. Esto, de una forma u otra, repercutió en la moral del combinado salvadoreño, que acabó cayendo derrotado por 1-0.
No obstante, el ojo por ojo, como era de esperar, hizo acto de presencia en el encuentro de vuelta de las semifinales. Justo una semana después, el 15 de junio de 1969, San Salvador acogería el segundo partido de la eliminatoria y los ciudadanos de la capital se encargaron de que la absoluta hondureña viviera un auténtico infierno. Diversos ataques hacia ellos derivó en la quema de la bandera de Honduras. El miedo, la tensión y el deseo más de salir con vida que de pasar a la final hicieron mella en la selección hondureña que acabó sucumbiendo ante El Salvador, que venció con holgura, 3-0, merced a un enorme ‘Mon’ Martínez, autor de dos de los tantos.
Por entonces, el número de goles anotados no influía en el tanteo general, por lo que tuvo que disputarse un partido de desempate. Debido a la inestabilidad de ambos contingentes y para evitar favoritismos, Ciudad de México hizo las veces de terreno neutral y su estadio Azteca se convirtió en el campo de batalla definitivo. De nuevo, Ramón Martínez se echó a las espaldas todo el peso del cuadro cuscatleco y marcó los dos goles que empataron el choque al final de los 90 minutos. Más leña al fuego: la eliminatoria debía saldarse en el tiempo extra. Fue entonces cuando surgió el gran ‘salvador’, ‘Pipo’ Rodríguez, que anotó el definitivo 3-2, que metía a El Salvador en la final de la federación para optar a participar en el Mundial de México 70. Poco después, estallaría el conflicto bélico que acabaría con la vida de cerca de 2.000 personas.
Finalmente, El Salvador conseguía la clasificación para el Mundial, tras deshacerse, de nuevo en tres partidos, de Haití. ‘Mon’ Martínez se propuso ser el gran protagonista de los suyos y en el tercer encuentro de la eliminatoria, disputado en Kingston (Jamaica), anotó el gol decisivo del mismo modo que hizo el ‘Pipo’ Rodríguez anteriormente, marcando en la prórroga. La devastación de las calles se vio levemente calmada con la alegría deportiva. Aunque las divergencias entre Honduras y El Salvador se mantuvieron hasta 1980.
Fútbol y guerra. Goles y sangre. Júbilo y desastre. Sensaciones antónimas, pero íntimamente relacionadas en torno a una misma idea, un mismo hecho, una misma realidad: la Guerra del Fútbol. Un acontecimiento histórico que ha quedado marcado para los restos de dos comunidades en conflicto. Una coyuntura política, cuya catalogación, acuñada por Ryszard Kapuscinski, ha quedado enterrada por una lucha insignificante fundamentada en el dinero, las televisiones y el fútbol. Honduras y El Salvador aún lloran a sus víctimas y, a pesar de que el fútbol no tiene memoria, no hay deporte que lo haga olvidar.