Lejos de la dimensión del foco mediático, de los patrocinios de marcas de cuchillas de afeitar o de las portadas de la prensa rosa, los jugadores de Segunda División sueñan durante 42 interminables jornadas con el ascenso a la máxima categoría del fútbol español. Esta temporada, y a falta de un partido para que concluya la competición en la división de plata, cuatro equipos buscarán unos playoffs cuyo campeón acompañará a dos socios de viaje que ya esperan en la gloria. Está de vuelta el Deportivo de La Coruña, con el recuerdo aún reciente del ‘Súper’ que llegó a ser. El otro glorioso ha resultado ser el Eibar, que aterriza desafiando a aquellos que dicen que los pequeños nunca llegan a estar entre los grandes.
Uno se congratula con este deporte, a menudo salpicado de tanta mirada engominada de soberbia, de tanto radicalismo y de tanto comediante siempre queriendo engañar, cuando sigue una competición como Segunda. En especial cuando contempla un final tan emocionante e inédito como el del todavía presente curso liguero. El ascenso del Deportivo el pasado fin de semana consuma el retorno de todo un campeón. Y es que al ‘Súper Depor’ aún lo consideran un grande en media España, merced a una década prodigiosa en la que todos estuvimos pendientes del milagro de Lendoiro y Arsenio Iglesias, de los bailes de Bebeto y la grandeza de Mauro Silva, de las diabluras de Rivaldo o Djalminha, de las copas levantadas por Fran y Donato, de los goles de Tristán y el talento de Valerón, de la sabiduría de Irureta…
El actual Deportivo de La Coruña posee poco de semejante herencia (¿y quién sí?), pero ha sabido reponerse a un año que comenzaba marcado por concursos de acreedores, amenaza de descenso administrativo y penurias económicas. Todo ello lo gestionó bien ese entrenador que recorre las bandas de los estadios celebrando los goles, Fernando Vázquez, quien alejó a los jugadores en todo momento de cuanto en los despachos se cocía. El resto fue cosa de la grada de Riazor y de los futbolistas, tanto de los veteranos como Germán Lux, Marchena o Laure, como de los jóvenes Sissoko, Ifrán… Y al final del túnel, A Coruña vuelve a ser plaza de Primera.
El otro ascenso es de esos que figurarán en los anales de la historia, como gusta decir a los antiguos. Me decía un amigo a principios de temporada que «ojo con este Eibar, que no es el equipo arcaico de siempre». Y vaya si era cierto. Impensable resulta la imagen de ver a un equipo en cuyo estadio caben 5.000 personas festejando la escalada a Primera. Tanto como imborrables los partidos que los de Gaizka Garitano han regalado este año a quienes nos gusta este deporte. Se lo han ganado por méritos propios. Bueno, por eso y por la calidad de Jota Peleteiro, las paradas de Iruretagoiena, la fiabilidad de Navas o Yuri, el buen hacer de Dani García o Errasti, o el fútbol de Arruabarrena. Por todo ello, el fútbol se congratula consigo mismo. Porque no tiene parangón lo logrado por el club armero. Mentalidad guerrera la de los guipuzcoanos, con el estadio de Ipurúa enclavado en pleno centro de Eibar, como antaño.
Ahora sólo queda esperar el paso del estío y que nigún susto de orden financiero haga acto de presencia, para que a partir de agosto la Primera división dé la bienvenida a sus dos nuevos integrantes. Uno de ellos tiene un peso específico en la época de crecimiento de la mejor versión de la Liga. El otro trae consigo lo mejor del fútbol vasco y porta una bandera cuyo escudo es la ilusión de quienes se saben héroes de grandes historias. Deportivo de La Coruña y Sociedad Deportiva Eibar. Grandes y pequeños… pero ambos en Primera División.