Recientemente acaba de saltar la noticia de que el Vitesse ha tenido que dejar en tierra a su jugador Dan Mori porque el país donde iba a hacer un ‘mini-stage’, Emiratos Árabes Unidos, ha vetado la entrada a este futbolista por el mero hecho de tener nacionalidad israelí. Es comprensible que los países árabes estén recelosos de la manera de afrontar que tiene Israel el problema palestino, pero de ahí a que el ejecutivo emiratí atribuya responsabilidades de un país a un ciudadano anónimo cuyo oficio es dedicarse al fútbol es algo bastante chirriante.
Este caso sólo ejemplifica que una vez más los agentes políticos y de otra índole se afanan en intoxicar el fútbol con cuestiones que les son ajenas. Se puede llegar a entender que se evite encuentros de fútbol entre combinados de Azerbaiyán y Armenia o de Rusia y Georgia, porque existe una alta tensión que pueda derivar en conflictos armados, ya que no sería la primera vez que ocurriera como puede demostrar la breve guerra que protagonizaron Honduras y El Salvador; pero en el caso de que la UEFA evite encuentros entre Gibraltar y España me parece absurdo y exagerado.
Que un equipo no pueda contar con un entrenador porque su ideología no se adecue a la manera de pensar del grueso de la hinchada radical; excluir a un futbolista de una selección por su forma de llevar el cabello; presionar a un futbolista a dejar de representar a su país por su orientación religiosa; que una asistente arbitral sea menospreciada por el simple hecho de ser mujer; sobra en el fútbol y provoca indignación.
El fútbol es simplemente un deporte de once contra once en el que el equipo que más veces lleva el balón a la portería contraria gana. Es así de sencillo. El querer intoxicarlo de historias políticas, rencillas ideológicas y corruptelas varias es pervertir y desvirtuar un bello deporte cuya esencia está en la superación personal y en el desarrollo de unos valores como la fraternidad y la amistad. Eso es el fútbol, con eso nos deberíamos quedar.