40 años sin pisar la Primera División. Una frase que pesa como una losa en la mente del cordobesismo, ese irreductible grupo de hombres y mujeres de tremenda fe que nunca han dejado solo a su equipo, por pocas alegrías que este le otorgue y que nunca lo van a hacer porque en muchas peores se han visto. La frasecita en cuestión se ha repetido de manera machacona y hasta hiriente desde la directiva actual del club para justificar su gestión. El cordobesismo vive días de agitación y división, en una temporada desconcertante en la que el equipo camina siempre en el filo de la navaja, como si de un acróbata novato se tratase.
Para entender los vaivenes recientes de la entidad hay que remontarse tres veranos atrás, cuando el club salió definitivamente de manos cordobesas y fue adquirido por Carlos González, un empresario canario afincado en Madrid. La nueva propiedad, que se fijó el objetivo ineludible del ascenso en un máximo de tres años, arrancó de manera brillante su aventura, gracias a un equipo entonces de saldo que Paco Jémez se encargó de revalorizar y llevar hasta las eliminatorias por el ascenso. Aquello fue un maravilloso oasis, en el que la afición de El Arcángel descubrió además que su equipo podía ganar jugando al fútbol como los ángeles. Demasiado bonito para ser realidad pensaban los más pesimistas. Pero lo cierto es que aquello fue muy real, aunque se viniera abajo tras solo una temporada.
La marcha de Jémez para entrenar en Primera División al Rayo Vallecano supuso un golpe al proyecto y a la confianza general de los blanquiverdes del que aún trata de recuperarse el club. De hecho, desde entonces las decisiones deportivas e institucionales aparecen cortadas por el mismo patrón de la desconfianza y la improvisación.
Desde entonces han pasado por el banquillo blanquiverde Rafa Berges, Juan Eduardo Esnáider y Pablo Villa. Ninguno cumplió las expectativas de la propiedad, para muchos excesivamente desorbitadas en comparación con la inversión realizada. Una inversión de hecho inexistente, ya que como Carlos González defendió desde su llegada, el club tenía que gestionarse con sus propios medios, pese a que eso le haya obligado a malvender a las joyas de su cantera, casos de Fernández y Fede Vico, para cuadrar cuentas.
En esas ha llegado el ‘Chapi’ Ferrer, condicionado desde el primer momento por las palabras de su presidente, que prometió un técnico experimentado en la categoría que recondujese la nave. Experiencia en los banquillos de la que el bravo lateral del Barcelona y la selección española carece por completo. Una breve estancia en el Vitesse holandés hace tres temporadas, con el que firmó la permanencia en la Eredivise, es todo el bagaje de Ferrer, reconvertido a comentarista televisivo en los últimos tiempos. Un nuevo bandazo que puede salir bien o no, pero que pone en evidencia la falta de un proyecto claro y sólido a la ribera del Guadalquivir.
Ferrer tiene la difícil misión de conseguir resultados acompañados de un juego vistoso. Ese que Villa sacrificó por la solidez y seriedad defensiva de su equipo y que le costó el puesto cuando los números no le acompañaron. Con el presupuesto del año que viene seriamente comprometido por la promesa de regalar la renovación de los abonos si el equipo no juega como mínimo los play-offs de ascenso, el ‘Chapi’ es la última bala en la recámara de un equipo que viaja a la deriva, preso de sus urgencias históricas y con un ambiente enrarecido alrededor, fruto del enfrentamiento del presidente con gran parte de la prensa y la afición. Una ‘guerra de trincheras’ que amenaza con estallar, para bien o para mal, el próximo verano. Y en medio una afición que, sufrida y fiel como pocas, siempre va a estar ahí, en parte porque como repiten los más antiguos de Tribuna: “en peores nos hemos visto”. El ascenso es el único desenlace que se contempla desde el club. De lo contrario, tocará volver a reinventarse para seguir optando a terminar con esa maldita sentencia que dice que este bendito club lleva 40 años sin pisar la Primera División.