A tan sólo 63 días para el comienzo del mundial de Brasil 2014, dos de los doce escenarios del evento futbolístico de mayor envergadura de este año aún no están terminados. El Arena Corinthians de São Paulo y el Arena de Baixada se encuentran en un 94% y un 85’5% de construcción según las últimas cifras oficiales. Según Dilma Rousseff y el organismo organizador, no hay por qué preocuparse puesto que para el día 12 de junio, todo estará en perfectas condiciones. Presumiblemente sea así, pero esto es un indicador de que las cosas se han hecho, como se dice popularmente, «deprisa y corriendo», algo que supone que no se han optimizado las labores de organización y que un ejemplo de ello sea menospreciar la seguridad y el ‘buen hacer’ a la hora de construir uno de los recintos. Este menoscabo de la correcta forma de abordar los asuntos, ha supuesto la muerte de tres operarios (la última hace unas semanas cuando se colocaba la cubierta del Arena Corinthians) que, acuciados por la prisa, desentendieron cualquier medida y garantía.
No sólo en la tardanza de construir sus estadios (y sus consecuencias mortales) se ha visto a Brasil en el centro de las miradas más críticas. El descontento popular por las medidas socioeconómicas del gobierno de Rousseff y el coste que supondrá al estado sudamericano la organización del mundial de fútbol y de los Juegos de Río de Janeiro, ha motivado manifestaciones multitudinarias que ha obligado a la policía y al ejército a reprimirlas con cierta crudeza. Malestar social y represión gubernamental supondrá un incómodo exponente: una escalada de violencia. Un caldo de cultivo que seguramente se volverá virulento durante los meses de junio y julio, y que seguro afectará al transcurso normal de la cita futbolística aunque la FIFA se afanará en que los medios no muestren nada del estallido de esa olla a presión.
Y de Brasil 2014 pasamos a Catar 2022 (Rusia aún no se ha salpicado de algún revés relacionado a la organización del mundial). Según afirman Amnistía Internacional y la Confederación Sindical Internacional en el pequeño país árabe han muerto más de 1.200 empleados en la construcción de los nuevos estadios para la futura cita mundialista. Los obreros utilizados para tal faraónica tarea (visto el alto porcentaje de mortandad) son inmigrantes ilegales, procedentes en su mayoría del subcontinente indio, que ejercen sus funciones en régimen de ‘semiesclavitud’. Este hecho ha supuesto que se alce el grito al cielo en muchas organizaciones y colectivos a excepción de la FIFA, que su inanición parece dar carta blanca al estado del golfo pérsico.
El germen de inestabilidad que supone Brasil 2014 y las acciones de lesa humanidad que provoca Catar 2022, para la sociedad de Europa y demás países desarrollados de la OCDE sería impensable que se permitieran estos hechos y que se le concedieran la organización de un evento a un país con ese modo de proceder. El ‘sentido común’ dictaría en optar por otra alternativa para organizar ese mundial y que la cita de mayor relevancia futbolística volara a otro país.
Sólo hubo un precedente de cambio de sede en lo que a un mundial de fútbol se refiere. Fue en 1986 cuando la FIFA, cuatro años antes, decidió que la elección proyectada anteriormente, Colombia, no tenía viabilidad económica siguiendo el criterio de los patrocinadores que presionaron a la federación cafetera y a la propia FIFA para que se desistiera y se buscara otra opción, que finalmente, sería México.
Por tanto, la FIFA sólo ve suficiente motivo para cambiar de país organizador si lo calculado en dólares y euros no tiene muchas papeletas de que se materialice. Brasil 2014 y Catar 2022, una Latinoamérica en auge y un estado árabe sostenido por petrodólares, parcelas jugosas con varios intereses económicos que pasan por encima de los derechos civiles en unos casos y los derechos humanos en otros. El vil metal vuelve a triunfar.