En el fútbol actual no es nada extraño que haya jugadores españoles diseminados por lo largo y ancho de este mundo, y que se hayan convertido en referencias del balompié en los países que han elegido como destino. Cesc, Mata o Arteta están consagrados en Inglaterra, Raúl se ganó a la afición del Veltins Arena y Rodrigo Moreno poco a poco se está haciendo un hueco en la historia del Benfica. Pero entre el tiempo presente y la etapa en la que Italia suspiraba por los futbolistas españoles como Luis Suárez, Peiró o Del Sol, hubo un extenso periodo sin héroes patrios que triunfaran fuera de nuestras fronteras. Sin héroes, a excepción de uno, Juan Lozano.
Nacido en Coria del Río (Sevilla), Juan emigró junto a sus padres a Bélgica cuando era tan sólo un niño. En el país de los gofres, Lozano creció demostrando una habilidad innata para el control del cuero y a los once años fue instado a formar parte de las categorías inferiores del Beerschot de Amberes. Será en el extinto club flamenco donde empiece su carrera profesional y se haga un nombre, aparte de conquistar su primer título, una copa belga.
Tras seis años en el Beerschot, Lozano tuvo un breve escarceo con la NASL, llegando a jugar con los Washington Diplomats durante cuatro meses, y una vez finiquitado su periplo norteamericano, volvió a tierras belgas. El Anderlecht, que se adelantó al Barça en su fichaje, creyó en las cualidades del joven coriano, y tan sólo unos meses después se vio que fue una apuesta acertada. En su primer año, el mediocentro explotó de tal manera, que su técnico, Tomislav Ivic, llegó a decir lo siguiente de él: «Si Maradona es el mejor jugador del mundo, ¿qué podríamos decir de Lozano?».
En su primer año en el club de Bruselas, a Lozano se le escapó la liga belga (que fue a parar al Standard de Lieja) y sus opciones de alzar la Copa de Europa se disiparon en semifinales tras el excesivo conservadurismo de Ivic en Villa Park y el excelso papel del central escocés Ken McNaught. Sin embargo, su nombre empezó a salir impreso en revistas como France Football o Don Balón gracias a sus brillantes actuaciones, como por ejemplo en los octavos de la ‘orejuda’ ante la Juventus, donde el sevillano fue determinante para la eliminación de la ‘Vecchia Signora’.
En 1982 se iniciaba su segunda campaña en el Anderlecht y el de Coria volvió a romper el molde. Ya en el punto de mira de los grandes equipos europeos, Lozano fue una pieza clave en la conquista de la única UEFA de los ‘mauve’, al marcar el gol decisivo en el partido de vuelta de la final ante el Benfica. En Heysel los de Van Himst vencieron por un solitario tanto de Brylle y en tierras lisboetas los encarnados empataron la eliminatoria a los 36 minutos con un gol de Sheu. La alegría duró dos minutos, el tiempo que tardó en aparecer el medio sevillano con un cabezazo en plancha que significó el empate y la consecución del título europeo.
Juan Lozano era la estrella del Anderlecht y uno de los ases a seguir del fútbol europeo. En España, Barcelona y Real Madrid suspiraban por sus servicios y sería este último el que se hiciera con el jugador de la mano de una ardua negociación efectuada por Luis de Carlos, por aquel entonces presidente madridista. Por el español criado en Flandes se pagó la friolera de 225 millones de pesetas (1’35 millones de euros) convirtiéndolo entonces en el fichaje más caro de la historia del cuadro merengue.
Pese a las grandes expectativas, el periplo de Lozano en el Real Madrid no sería de color de rosa. Ni Di Stefano, ni Amancio apenas contaron con él y además se vio relegado por un rutilante Jorge Valdano. Su paso por el club de la Castellana se resume en 24 partidos y seis goles en dos campañas y dos títulos: una Copa de la Liga y una Copa de la UEFA (donde llegaría a eliminar a su exequipo, el Anderlecht). Visto el panorama, el futbolista ribereño vio como mejor opción hacer las maletas y volver a casa.
En su regreso al Anderlecht, el de Coria formó una dupla brillante con la nueva estrella del cuadro belga, Enzo Scifo. Mientras Lozano ponía los desplazamientos en largo, Scifo aportaba velocidad en la circulación del balón y en las salidas al contragolpe. Esta dupla tumbó al Bayern de Múnich en cuartos de final de la Copa de Europa y sólo el Steaua de Ducadam, Bölöni, Balint y cía les privó de jugar una final de la máxima competición europea.
Mientras el Viejo Continente se le resistía, Lozano triunfó en tierras belgas al ser considerado mejor jugador del campeonato liguero en 1987 y alzar al cielo dos ligas y dos copas, engrandeciendo su leyenda en el Anderlecht. Santo y seña ‘mauve’ de los 80, el sevillano no logró rendir en su aventura madridista, pero fue profeta lejos de su tierra.