Un Estado fallido es aquel que no puede garantizar su propio funcionamiento, que no tiene capacidad para proporcionar los servicios básicos a su población y que no satisface las necesidades esenciales de sus ciudadanos. Es decir, un Estado que ha perdido cualquier legitimidad para tomar decisiones. Extrapolado al fútbol, y más concretamente a La Liga, el Real Betis Balompié ha cumplido cada uno de estos puntos hasta desgastar el ánimo y desesperar a su afición, siendo el culpable principal su clase dirigente.
Ahora Betis Ahora, la plataforma encabezada por Ángel Haro y José Miguel López Catalán, alcanzó el mando de la institución de la Avenida de La Palmera en 2015, con el apoyo de la Fundación Heliópolis. Con su llegada, esta platafornma prometió un proyecto ambicioso y competitivo que instauraría al Betis en la élite del balompié nacional, en el que el punto clave sería un estilo de juego ofensivo, propositivo y audaz siendo el balón el gran protagonista.
De aquellas promesas queda poco hoy en el club, puesto que los malos resultados y las mediocres clasificaciones temporada tras temporada, a excepción de la 2017/2018 con Setién y Serra Ferrer como cabezas visibles, han traído la inestabilidad en cargos deportivos y han propiciado nervios de los mandamases béticos, quienes no han dudado en deshacerse de cualquier entrenador o director deportivo, los cuales nunca han tenido el tiempo ni la libertad suficientes para realizar un trabajo adecuado. Todo con el único objetivo de generar una falsa sensación de cambio, de hacer creer que había «crecimiento deportivo» y desviar así la atención lejos de sus personas para que no se apreciara su incapacidad.
Porque Eduardo Maciá y Miguel Torrecilla se encontraron con un Betis limitado en lo económico; Lorenzo Serra Ferrer fue despedido, siete folios mediante, después de ser usado para ganar una Junta de Accionistas, crear un equipo competitivo y no poder despedir a Quique Setién después de la inefable goleada contra el Levante (4-0) en la temporada 2018/2019; y ahora Antonio Cordón se topa con un club sin dinero ni capacidad para realizar movimientos en el mercado después de que José Miguel López Catalán tomara el mando, usara de escudo a varios empleados contratados por él y dilapidara alrededor de 100 millones de euros. Mientras tanto, por el banquillo han pasado Gustavo Poyet, Víctor Sánchez del Amo, Alexis, Quique Setién, Rubi y ahora Manuel Pellegrini, que no saben o no han sabido qué hacer con una plantilla con un perfil de futbolista que no tiene capacidad futbolística ni competitiva para dar un rendimiento aceptable al más alto nivel.
Y es que el modelo futbolístico, lo que ocurre sobre el césped, es la piedra angular de los graves problemas con el que se ha topado el club de las trece barras. El empecinamiento en un estilo de juego que ha ido fracasando y la falta de valentía para realizar una limpia general de la plantilla y, por tanto, una reconstrucción total ha desembocado en tener un plantel que ha ido empeorando curso a curso y que está conformado por jugadores desgastados futbolística y psicológicamente, que ya han cumplido su ciclo como verdiblancos.
Todos y cada uno de esos profesionales, que han tenido y tienen reconocimiento en el planeta fútbol lejos del Betis, se han encontrado y han sucumbido a un modelo de juego innegociable e inamovible en el que cualquier atisbo de disidencia ha sido silenciado o purgado. La adaptación al nuevo concepto dominante de juego del fútbol moderno, en el que el físico, duelos individuales, movimiento sin balón y juego al espacio son claves, ha brillado por su ausencia en el Real Betis Balompié, el cual ve como esa incapacidad y esa omisión de acciones real le trae, ahora, viejos fantasmas: el descenso a la Segunda división.
Por todo ello, el proyecto de Ángel Haro y José Miguel López Catalán no es el maná que prometieron y sí un erial que tiene al Real Betis al límite en lo económico y en lo deportivo. Han fracasado. El club es suyo, dimitir vale de poco y no lo harán, pero lo mejor es que vendan y dejen paso a otros que intenten hacen un Betis competitivo y, por qué no, ganador.