Corría el año 1992. Fecha en la que el panorama mundial estaba asistiendo a numerosos acontecimientos de corte político que dejarían huella en la historia. No hacía mucho que la URSS había dejado de existir. Era el fin definitivo de la Guerra Fría, ese enfrentamiento ‘indirecto’ entre EE.UU. y la URSS por imponer un determinado modelo de pensamiento político-económico, o lo que es lo mismo, la lucha entre el capitalismo y el comunismo por ser el modelo a seguir por el resto de las naciones. Poco años antes, en el 89, había caído el Muro de Berlín, el símbolo de la separación entre estas dos ideologías.
En medio de todo este contexto, debía disputarse la Eurocopa de 1992, un torneo que pasaría a la historia por más de un dato curioso. Para empezar, por ejemplo, fue el primer torneo que vio jugar a una selección de una Alemania ya reunificada. También fue la primera vez que el combinado de la Comunidad de Estados Independientes (CEI, combinado resultante tras la disgregación de la URSS) disputaba un campeonato. Otra novedad fueron las camisetas personalizadas para los jugadores, con su nombre y su número.
Pero, sin duda, por lo que se caracterizó esta competición fue por tener un campeón que, a priori, no tendría que haber competido. Se trata de la selección de Dinamarca, que sería repescada tras la expulsión de Yugoslavia (por estar su territorio inmerso en una guerra étnica y de secesión que dejaría unas consecuencias desoladoras). En 1991, comenzó una contienda entre las diferentes entidades nacionales que la formaban y, por ello, la ONU decretó un embargo total que también se extrapoló a lo deportivo.
Encuadrada en el grupo 4 de la fase eliminatoria, el extinto equipo de Dragan Stojkovic o Robert Prosinecki había conseguido clasificarse como primera de grupo. Por detrás de ellos, una Dinamarca cuyos jugadores ya estaban de vacaciones cuando recibieron la llamada del seleccionador Richard Möller-Nielsen reclamándolos. Todos eran conscientes de las pocas posibilidades del plantel danés, pues hacía semanas que los futbolistas habían abandonado el ritmo de competición. Alguno de ellos, como Michael Laudrup (estrella del equipo) se negaron a ir (aunque también influyeron sus problemas con el entrenador). Aún así, la historia y el fútbol tenía reservada una sorpresa para todos los aficionados al deporte rey.
Por aquel entonces sólo ocho selecciones podían disputar el torneo y Dinamarca quedó encuadrada con Suecia (anfitriona que como tal ya estaba clasificada), Francia e Inglaterra. Comenzó titubeante el equipo danés. Un empate frente a la selección de Graham Taylor y una derrota ante los de Tommy Svensson hacían prever que el invitado ‘in extremis’ haría las maletas rápido. Pero contra todo pronóstico, los hombres de Möller-Nielsen sacaron las garras y ganaron a la Francia de Michel Platini. Habían logrado lo más difícil, llegar a las semifinales (como segundas de grupo tras Suecia).
En el otro grupo se medían Holanda (vigente campeona), el equipo de la CEI, Escocia y Alemania. Los enfrentamientos del grupo B se desarrollaron sin demasiadas sorpresas y el equipo de Dennis Bergkamp (uno de los hombres más destacados de esta eliminatoria) y la selección de la reunificada Alemania serían los otros semifinalistas.
Los germanos consiguieron imponerse a los anfitriones por 2-3 y llegar así a la final. Por su parte, los daneses vivirían una noche mágica. No sólo lograron un empate contra la todopoderosa Holanda de Marco Van Basten, Ronald Koeman, o Frank Rijkaard, sino que en los penalties, una sobresaliente actuación del meta Peter Schmeichel (mejor jugador del torneo) hicieron que valieran aún más los dos goles de Henrik Larsen y, con ello, certificaba un pase a la final que ni los propios jugadores se creían.
No era nada fácil para el conjunto danés medirse a los vigentes campeones del Mundo. Hombres como Klinsmann, Effenberg o Brehme esperaban dispuestos a todo. En el otro lado, una Dinamarca muy crecida y que, ni corta ni perezosa, impuso una presión que los germanos no supieron superar. Así, Jensen y Vilfort cristalizaron dos goles que no sólo suponían la consecución de la primera (y única hasta el momento) Eurocopa para el país nórdico, sino que también significaron un resurgir, una nueva explosión, de la conocida como “La Dinamita Roja”.