Posiblemente poco pueda añadirse, que no se haya dicho o escrito antes, sobre una figura tan destacada como la de Ricardo Zamora que alcanzó la categoría de mito en un tiempo en el que el fútbol español comenzaba a popularizarse en la sociedad española y entraba en un proceso de profesionalización.
Nació en Barcelona en 1901, en el seno de una familia acomodada. Su padre, médico de profesión, pretendía que su hijo cursara los estudios de medicina continuando así sus pasos pero, aunque inició dichos estudios, el futbol terminaría por imponerse. Durante su niñez fue desarrollando su pasión por el deporte en general (practicó atletismo, boxeo, natación, etc.) y el futbol en particular, disciplina en la que pronto comenzó a destacar.
Después de pasar por equipos de estudiantes y militar en el Universitari SC, club de la ciudad condal con quien jugó ya el campeonato de Cataluña, fichó por el Espanyol en 1916. Un Zamora adolescente daba su primer gran paso en el futbol. Con el club blanquiazul jugó tres temporadas en las que alcanzó su primer título de Cataluña y su nombre comenzó a sonar cada vez con más fuerza entre los aficionados al futbol.
Tras discrepancias con la directiva espanyolista junto con los esfuerzos de su padre para que finalizase sus estudios de medicina, dejó las filas del equipo perico, pero desafortunadamente para el padre, la medicina no acabó de apartarle del fútbol y tras una buena oferta del FC Barcelona se calzó las botas de nuevo. Con los culés alzó dos títulos de Copa del Rey (torneo más importante del momento, pues era el único que se jugaba a nivel nacional) y tres campeonatos de Cataluña. Es a partir de estos momentos cuando se irán sucediendo los hechos claves para que Zamora pase de figura a mito. En 1920 fue uno de los primeros integrantes de la selección española de fútbol que participó en los Juegos Olímpicos de Amberes, donde España logró la plata, algo que durante largo tiempo fue uno de los pocos éxitos del combinado nacional, y en donde Zamora fue héroe y extendió su fama por el campo internacional. Fue entonces cuando se acuñó la famosa frase “uno a cero y Zamora de portero”.
La relevancia otorgada por sus grandes actuaciones le hicieron solicitar un aumento de ficha pero el Barça no accedió a sus peticiones, situación de la que se sirvió el Espanyol para incorporarlo de nuevo a sus filas. El traspaso tuvo consecuencias negativas, Zamora fue sancionado durante un año sin jugar por firmar sin el consentimiento de su club de origen. Su segunda etapa en el club ‘perico’ se prolongó ocho años, durante los cuales incrementó su palmarés, volvió a levantar la Copa del Rey y el campeonato de Cataluña. Además disputó las dos primeras ediciones del campeonato liguero que se inició en la temporada 1928/1929 dentro del proceso de profesionalización del futbol español.
Posteriormente se produjo otro de los momentos clave de su carrera cuando en 1930 fichó por el Real Madrid. El equipo de la capital desembolsó unas cien mil pesetas para el Espanyol, cincuenta mil para el jugador y un sueldo mensual de tres mil, el traspaso más caro hasta ese momento y considerado uno de los más altos de la historia estimando el valor con la realidad económica del momento histórico. Tanto por lo económico como por lo que suponía deportivamente pasar al Real Madrid, el traspaso causó un gran revuelo entre los aficionados al balompié. El equipo merengue fue su último equipo en España, donde jugó hasta el 1936. Periodo en que su palmarés siguió en aumento. Ganó sus dos únicos trofeos de liga y otros dos títulos de copa.
El mito no dejaba de agigantarse y a ello contribuyó decisivamente otra de sus participaciones internacionales con la selección nacional, el mundial de Italia 1934. Considerado para algunos expertos como el mundial de los grandes porteros, pues junto a Zamora se dieron cita otros grandes porteros de la historia del futbol como el checoslovaco Planicka. La actuación del español fue memorable y le valió para ser elegido en el once ideal del torneo, siendo entonces cuando se popularizó el sobrenombre de “El divino”. España quedó eliminada en el partido de desempate de cuartos de final por Italia. Los ‘azzurri’, en una eliminatoria que merecería otro artículo aparte, se emplearon con dureza, bordeando el reglamento y fueron beneficiados por arbitrajes rigurosos que obedecían a las exigencias de un campeonato organizado con claros fines propagandísticos por el fascismo italiano.
Zamora se despidió del futbol español por la puerta grande y a hombros de los aficionados del Real Madrid. Su último partido fue también el de su última gran actuación; la final de Copa de 1936, celebrada el 21 de junio en Mestalla contra el Barcelona. Todas las crónicas de la época coinciden en que sus intervenciones dieron el título a los blancos. Un mes después estalló la Guerra Civil, y el fútbol quedaría en un segundo plano para Zamora, pues fue encarcelado en la Cárcel Modelo de Barcelona y los nacionales difundieron la noticia de que había sido fusilado. Los acontecimiento se sucedieron muy rápido y no se puede encontrar una explicación fiable del asunto, pero parece que fue encarcelo acusado de monárquico y católico aunque también se ha citado que el motivo era evitar que pasase a la parte nacional y su figura fuera utilizada como elemento propagandístico (lo que ya se estaba pretendiendo con los rumores del fusilamiento). Posteriormente fue puesto en libertad y se le concedió el permiso para exiliarse en Francia, según se ha dicho por la intercesión del gobierno argentino pero es indudable que también debido a su fama tanto dentro como fuera del país, que le proporción muchos apoyos en la zona republicana, algunos fundamentales para la excarcelación como la del escritor Pedro Luis de Gálvez a quién más tarde él intentaría devolver el favor sin éxito.
Ya en Francia, llegó a Niza dónde se incorporó a las filas del OGC Niza y se reencontró con su amigo Samitier. Defendió la portería de los franceses durante dos campañas en las cuales realizó el transito del área al banquillo pues en el último año compaginó el puesto de portero con el de entrenador. Fue su primera experiencia en los banquillos pero no la única ya que también desarrollo una larga carrera desde la banda. Volvió a España para hacerse cargo del Atlético Aviación durante siete temporadas, en las cuales levantó sus únicos títulos como entrenador; las ligas de 1939 y 1940. Posteriormente dirigió al Celta en tres etapas distintas (1946-1949, 1953-1955 y 1950-1960), al Málaga (1949-1951) y al Espanyol (1955-1957 y 1960-1962) y además dirigió brevemente al combinado nacional y a la selección de Venezuela. Como puede observarse su carrera como entrenador fue dilatada, si bien es cierto que no tan laureada como la que protagonizó bajo palos y en ningún caso alcanzó la relevancia anterior. Fue en esos momentos cuando debutó su hijo, conocido como Ricardo Zamora II que aunque vistió la camiseta de equipos como Atlético de Madrid o Valencia quedó eclipsado por la figura del padre.
Zamora ha sido definido como un portero muy seguro bajo palos gracias a su buena colocación y lectura del juego, además de poseer unos grandes reflejos y de dominar el juego aéreo. A lo que se sumaba una gran personalidad y también la necesaria dosis de excentricidad que debe acompañar a todo buen cancerbero, justo ejemplo de ello es la parada que popularizó, “la zamorana”. Cuidó su imagen, vistiendo gorra de tela y jerséis de cuello vuelto o pico muchas veces de tonos oscuros pero otras blancos. Llevaba rodilleras y algunos le señalan como el primero en usar guantes.
Es considerado uno de los primeros jugadores ‘mediáticos’ del fútbol y sin duda es el primer ídolo del fútbol español. Durante la década de los años 20 y 30 fue tal su fama que protagonizo un buen número de campañas publicitarias, apareció en publicaciones deportivas dentro y fuera de España y participó en dos películas (Por fin se casa Zamora y Campeones), además, actualmente, el título al portero menos goleado de la liga española lleva su nombre y es considerado por la IFFHS como el quinto mejor portero del siglo XX, y concretamente, el mejor de la primera mitad del siglo. En definitiva, Ricardo Zamora fue el primer guardameta de reconocimiento internacional, un pionero que escribió su leyenda en las primeras páginas de la historia del fútbol español.