Catorce años. Eso es lo que ha durado Osasuna en su último periplo en la Liga BBVA, un transcurso de tiempo por donde han pasado seis entrenadores (una buena marca que refleja algo de estabilidad en el cuadro rojillo) y momentos de gloria como la final de Copa del Rey de 2005 o las semifinales de la Copa de la UEFA dos años más tarde. Pero si hay que destacar un factor común en este periodo osasunista en Primera es que siempre ha andado en el alambre.
Un corazón de hierro deben tener en Pamplona porque su equipo siempre se ha relacionado más o menos íntimamente con la pérdida de categoría en esta reciente etapa en el máximo escalón. Sólo en tres temporadas (la de la histórica clasificación a Champions y las dos primeras de Mendilibar) el club rojillo ha tenido un devenir más holgado que a veces ha estado tan cerca del disparadero que se ha salvado in extremis como en sus dos primeras campañas de este periodo o por ejemplo la 2007/08 o la 2008/09.
Ya la campaña pasada hubo también algo de suspense cuando Osasuna ratificó su permanencia en la penúltima jornada tras vencer por dos tantos a uno al Sevilla que apuraba sus opciones de entrar en la séptima plaza (algo que no consiguió y que la sanción a Rayo y Málaga haría que no importara), y el fútbol o el destino apunta las cuentas pendientes y es tan cruel que cuanto menos te lo esperas, te la devuelve.
Este curso cuando todo iba como «miel sobre hojuelas» por las cercanías de El Sadar y siempre estaban a una distancia prudencial de la quema. Sin embargo, tras una sonada victoria ante el Atlético de Madrid, flamante campeón, por tres tantos a cero, el conjunto navarro se fue deshaciendo como un azucarillo y fue enlazando un mal resultado tras otro hasta que le han llevado a tan trágico desenlace.
Como se dice popularmente «que le quiten lo bailado» a la afición rojilla y ahora deben poner todo el empeño en volver a la máxima categoría del fútbol español, pero en su vuelta deberían apelmazar otro espíritu que no sea el de equipo que siempre está en la brega y se salva al final, puesto que tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe.