Recientemente el fútbol británico ha conmemorado una de las efemérides convertidas en una arraigada tradición, que no es otra que la Remembrance Day que sirve para el recuerdo de la firma del armisticio del 11 de noviembre de 1918 entre Reino Unido y Alemania que supuso el fin de la Primera Guerra Mundial y que posteriormente se extrapoló para rendir homenaje a todos los soldados caídos en acto de servicio mientras defendían al Imperio Británico y a la Commonwealth con un inequívoco símbolo: una ‘poppy’, amapola en inglés.
Desde tiempo inmemorial, en las competiciones británicas, durante los partidos que se encuentren cercano a ese ‘poppy day’ los equipos saltan al campo con una amapola bordada (o dibujada) en sus camisetas como forma de sumarse al tradicional homenaje. En la conmemoración de este año un nombre ha salido a la palestra, el de James McClean. Rompiendo la concordia y la unanimidad que existía en torno al ‘poppy day’ en Gran Bretaña, McClean ha renunciado a llevar la amapola por sus convicciones personales.
El futbolista del Wigan no es la primera vez que rechaza lucir la ‘poppy’ pues ya lo hizo cuando defendía al Sunderland, gestos que ha creado mucha controversia y le ha costado incluso amenazas de muerte por redes sociales. El motivo de esta decisión es que McClean, norirlandés católico que prefirió defender los colores de Irlanda, prefirió respetar a las víctimas de aquel Bloody Sunday (manifestación abortada por el ejercito británico a tiros y que costó la vida a 14 manifestantes) que tuvo lugar en Derry, su localidad natal, hace más de treinta años.
El fútbol salpicado por el conflicto
En Úlster (provincia de irlanda que a excepción de tres provincias constituye la nación de Irlanda del Norte), el fútbol es una de las parcelas de la vida cotidiana que, como casi todas en este territorio, está dominada por la fractura de la sociedad radicada en un conflicto que lleva a vivir a católicos y protestantes en planetas diferentes. Un noventa y siete por ciento de las escuelas están segregadas, menos de un cinco por ciento de los unionistas (protestantes y pro británicos) trabaja en barrios republicanos (católicos y pro irlandeses) y viceversa, los taxis llevan distintivos naranjas o verdes para proclamar su afiliación, y siete de cada diez jóvenes admite no haber tenido nunca una conversación con una persona del otro bando.
El fútbol que en muchas ocasiones sirve para unir es una barrera más, igual que los bloques de acero reforzado recubiertos de alambres de espino que separan los barrios unionistas y católicos cual moderno muro de Berlín. De hecho en el centro de Belfast, uno de los pocos lugares donde conviven ‘pacíficamente’ ambos bandos, en los pubs se prohíbe acudir con camisetas o bufandas de equipos de fútbol, pues estos están ligados a una u otra ‘facción’ y el hecho de enseñar del lado en el que estás puede generar conflictos.
En los últimos tiempos la Irish Football Association está realizando esfuerzos para intentar unir a las dos comunidades en torno al equipo nacional, aunque es evidente que la base de aficionados que apoyan a la selección es de inmensa mayoría protestante, ya que la población católica que habita en el Úlster, que desea la integración de la región en la República de Irlanda, anima al equipo que tiene su sede en Dublín. Por lo que, por mucho que futbolistas católicos lleguen a defender a la Norn Iron, este combinado seguirá siendo en exclusividad de los unionistas.
Tanto es así que en 2002, el capitán de Irlanda del Norte de aquel entonces, Neil Lennon, se vio obligado a abandonar la selección al recibir decenas de amenazas de muerte por su condición de católico y jugador del Celtic (el equipo católico de Escocia). Desde entonces no es de extrañar que los futbolistas católicos del Úlster decidan vestir la camiseta verde del vecino del sur como son los casos de Darron Gibson, Marc Wilson o el propio McClean.
No sólo el conflicto religioso afecta a las selecciones nacionales, sino que los clubes de la isla también se ve envuelto. Tanto es así que uno de los pocos equipos católicos existentes, el Belfast Celtic, se disolvió al sentirse maltratado por la federación y la policía después de una batalla campal en el derbi de máxima rivalidad ante el Linfield durante el Boxing Day de 1948. Actualmente el Cliftonville de Belfast Norte (un barrio dividido y foco de numerosos enfrentamientos) y el Donegal Celtic de Belfast Oeste (bastión republicano) representan a los católicos en la élite del fútbol norirlandés. Si el segundo está viviendo su pero racha al estar por segundo año consecutivo en la NIFL Champioship (segunda escalón profesional), el Cliftonville se proclamó la pasada temporada en el flamante campeón de la liga norirlandesa superando a los dos dominadores históricos Linfield y Glentoran, clubes eminentemente protestantes.
Eso en Belfast, la capital, pero en otros sitios la cosa ha sido diferente. En Derry (o Londonderry si eres unionista), la ciudad con mayor presencia de católicos del Ulster, el equipo local, el Derry City, cuenta con una afición tan comprometida con la causa republicana que las autoridades se vieron obligadas a trasladarlo a la liga de la República de Irlanda en 1985 visto la vorágine de altercados constantes en el que se veía involucrado el club rojiblanco. De hecho su feudo, el Brandywell Stadium, se encuentra situado en el Bogside de Derry, escenario del Bloody Sunday, señal que es mejor mantener el equipo fuera del Úlster, donde el conflicto terminó devorando al fútbol.